Un Referencia Totonaca
El concepto de lo sagrado en el respeto a la naturaleza.
Hasta hace muy pocos años, solo algunos especialistas se preocupaban por la relación del ser humano con su medio ambiente. En cambio ahora todo el mundo (superficial o profundamente) se interesa por lo que pasa o puede pasar en el medio ambiente que nos rodea.
Inclusive, hay el convencimiento generalizado en las altas esferas directivas de que existe una interdependencia absoluta entre la defensa del ambiente y la lucha en contra del subdesarrollo. También hay quien asegura con firmeza que la degradación ecológica y el deterioro económico y social son hermanos siameses. Pero hay quien va más allá: señalando que los problemas ecológicos tienen una dimensión planetaria, y que lo que está en juego es la sobrevivencia misma de la especie humana.
En el contexto anterior, la institución que ha tenido un papel preponderante en este vigoroso llamado de atención ha sido el PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) que en junio de 1972 organizó en Estocolmo, Suecia, la Primera Conferencia Internacional. Recientemente (junio de 1992) organizó otra Conferencia Internacional sobre el Medio Ambiente el Desarrollo; evento que tuvo lugar en Río de Janeiro, Brasil. Esta última conferencia fue llamada “La Cumbre de la Tierra”
Como reunión internacional fue de una duración excepcional: doce días, y la asistencia rompió todos los records existentes: más de veinticinco mil asistentes entre delegados, asesores, invitados especiales, periodistas, etc. Tres mil quinientos delegados de 180 países, doscientos setenta parlamentarios, representantes de cientos de organizaciones no gubernamentales y cerca de un centenar de Jefes de Estado o de Gobierno: incluidos los líderes más importantes del llamado Primer Mundo. Sumándose a esto estuvo pfrsente la crema de la crema de los ecologistas y ambientalistas del Planeta.
A esta reunión se le ha calificado como “La más importante reunión internacional den lo que va del siglo”
Para lograr esta toma de conciencia respecto a los efectos letales de la destrucción sistemática del agua, el aire y el suelo, el Programa Ambiental de las Naciones Unidas ha publicado valioso material entre el que destaca el llamado “Manifiesto del Jefe Seattle”, que ha sido calificado como “La declaración más bella y profunda jamás hecha sobre el medio ambiente”. Contiene la respuesta de los indios norteamericanos a un invitación del Presidente de los Estados Unidos a vender sus tierras.
Su líder, el Jefe Seattle, expresa sus argumentos condicionantes a esta propuesta y entre ellos destaca, en forma constante y reiterativa, uno fundamental: La Tierra es Sagrada; no es un simple objeto de intercambio o comercio: señalando que si ellos aceptan esa propuesta, esa tierra debe ser profundamente respetada. Ese documento nos enfrenta a un cambio sustancial en nuestro sistema de valores, único que puede modificar nuestras actitudes.
Es del todo lógico que una actitud irresponsable y depredadora de Naturaleza solo puede neutralizarse, o al menos atenuarse, si vinculamos a la Naturaleza con lo Sagrado. Es decir, debemos colocar a la Naturaleza en una posición digna de veneración y respeto: Elevarla a una jerarquía del más alto orden ético y conceptual asociándola con lo divino.
En otras palabras: tenemos que colocar nuevamente a la Naturaleza en el lugar privilegiado que tenía hasta antes de la llegada de los españoles a estas tierras.
Con lo anterior como marco de referencia, ya podemos apreciar mejor la importancia del Principio 22 de la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo y que dice así:
“Los pueblos indígenas y sus comunidades, así como otras comunidades locales, desarrollan un papel fundamental en la ordenación del medio ambiente y el desarrollo, debido a sus conocimientos y prácticas tradicionales.
Los Estados deberían reconocer y prestar el apoyo debido a su identidad, cultura e intereses y avalar por qué participarán efectivamente en el logro del desarrollo sostenible”
Ahora bien, hablando de culturas indígenas y sus valores, relacionados con el respeto a la Naturaleza, tenemos que considerar que en México aún subsisten 56 etnias y que si bien tienen concordancias también tiene diferencias. Estudiarlas todas es una tarea gigante, pero al menos creemos que sería deseable y benéfico para el Estado de Puebla explorar la presencia de esos valores y actitudes positivas en relación a la Naturaleza que aún permanecen latentes en sus siete etnias.
Este trabajo sólo exploró, en forma muy simplificada a una sola de las etnias poblanas: la totonaca, de la que soy simpatizante y estudioso. Aquí me permito bocetar solamente sus relaciones de fondo con su medio ambiente y, muy particularmente, la presencia de sus valores que podríamos llamar “ambientales” y que están en absoluta concordancia con la figura sagrada más popular de México.
Principiaré por relatar que hace ya algunas décadas el destacado investigador tlaxcalteca (graduado en la Universidad de Harvard y miembro del Colegio de Postgraduados de Chapingo) Don Efraín Hernández Xolocotzin (q.e.p.d.) hizo notar la excelencia de la agricultura indígena, relacionándola no sólo con la productividad por área, sino también con la efectiva protección de la tierra y sin lo cual no hay desarrollo sustentable posible. Lo constató en Tlaxcala primero y lo reafirmó después, vigorosamente, en la Sierra Norte de Puebla.
Más tarde, cuatro investigadores de los que tengo noticia (seguidores suyos) se han ocupado de lo que les ha parecido ser la mejor combinación posible de eficiencia productiva y cuidado de la tierra; la agricultura totonaca. Estos investigadores son: Narciso Barrera Bassols, Sergio Medellín Morales, Benjamín Ortíz Espejel y Víctor Manuel Toledo. Este último (persona de gran prestigio como etno-ecologo) ha ido más lejos: En un artículo suyo publicado en el diario “La Jornada”, de 25 de enero de 1994 (La Vía Ecológica-campesina de Desarrollo) señala lo siguiente:
“Si a alguien ha que otorgarle el premio nacional de ecología, estas son las comunidades indígenas como la aquí descrita (totonaca) que sigilosamente logran evadir l as mareas modernizadoras para ser autosuficientes, proveer a la población urbana de alimentos y otros productos, y contribuir al mantenimiento del patrimonio biológico y ecológico del país”.
Con lo anterior como fondo, y tratando de relacionar esos resultados prácticos con su sistema de valores (especialmente su relación con lo divino) he acudido, entre otras cosas, a un libro básico que es producto de una investigación realizada muy cerca de aquí. El libro se titula “La Religión de los Totonacas de la Sierra” y lo firma Alain Ichon, quien al frente de una misión arqueológica y etnológica francesa, dirigió esta investigación allá por los años sesentas.
Los franceses, sabedores del endémico sojuzgamiento nahua de las zonas totonacas de Puebla y Veracruz, escogieron para su estudio cinco comunidades considerads como las menos afectadas por influencias exteriores, éstas fueron: Jalapa, San Pedro Petlacotla, Mecapalapa, Papalo y Pantepec. Alain Ichon aporta muchos datos interesantes de los cuales (por razones de espacio) selecciono sólo los siguientes:
Empezaremos por la máxima deidad… “Natsi’tni, cuya función de la vida es esencial, ya que es considerada como la madre del Sol… La tarea de Natsi’tni es crear el embrión del niño…
De ahí el lugar primordial que ocupa esta deidad entre las parteras especialmente, sus representaciones directas sobre la tierra y llamadas “abuelas”. La primera sorpresa es encontrar la dimensión femenina de un Dios Creador. Continuemos:
“El personaje de Natsi’tni es el más humano, el más conmovedor de los dioses totonacas: madre del oriente (donde nace el Sol) se le representa cubriendo a los niños con sus reboso, acunándolos, haciéndolos jugar hasta que encarnan”. Y Añade:
Natsi’tni, llena de dulzura y benevolencia, rasgos tan alejados de la habitual crueldad inhumana de los dioses aztecas… La gran diosa madre no podría ser encarnada sino por la más popular de los santos mexicanos: La Virgen de Guadalupe”
Después de considerar lo anterior, y de meditar intensivamente sobre ello, lo asocié en que para los totonacas los conceptos de vida y naturaleza son inseparables.
De este punto, mi ruta de análisis me condujo a un lugar tan apasionante como inesperado:
Al apoyarme no solamente en lo que encontró Alain Ichon, sino también Francisco Ortega (el joven que dejara Hernán Cortés en Cempoala, de 1519 a 1523, estudiando la religión y la lengua de los totonacas) mas mis propias indagaciones directas y recientes, he llegado al convencimiento mas honesto y sincero de que la figura sagrada más popular de México, la Virgende Guadalupe, vista como un todo, y a la luz de la antigua religión totonaca, es, a manera de códice, una inequívoca representación de la Naturaleza (cuya suerte hoy nos preocupa) y a lla que os primitivos habitantes de México rendía veneración como producto de una inmensa gratitud.
Eso me explica la profunda raigambre popular de la devoción guadalupana y me aclara ese muy comentado sincretismo que ningún otro argumento ha podido aclarar.
Para constatar lo anterior, ahora veamos, de cerca, el Lienzo Guadalupano:
La madre ideal de los totonacas (Natsi’tni) estaba en el cielo, en la quinta dirección; la que parte (vertical) del punto done se cruzan los cuatro puntos cardinales. En el Lienzo Guadalupano, la imagen de la Doncella la vemos rodeada de nubes, en un hueco en el Cielo. Esto coincide, y las coincidencias siguen:
-Como madre indígena lleva a su divino hijo, el Sol, a sus espaldas.
-Entre los rayos del Sol y las nubes vemos los colores del ocaso, la zona más sagrada para los totonacas según Alain Ichon: la región de los muertos.
-Su manto, tachonado de estrellas, es del color que los totonacas identificaban con el agua; el verde. Bendiciones del Cielo como el Sol; agua sin la cual no hay vida y estrellas, que según su antigua tradición, de noche cuidaban a los hombres. La parte interna del manto es azul, del color del aire, otra inapreciable bendición.
-Su vestido tiene el color característico de la tierra desnuda, y como valor superpuesto (ya que no siguen los contornos de la tela) esta, sugerida en dibujos, la vegetación.
A sus pies, y en el lado derecho suyo, simulando una proyección del manto está una hoja de maíz; algo que no podía faltar, ya que como base de su civilización y de su vida tenía, y tiene, un lugar especial.
Finalmente, a sus pies (sincretismo al fin) vemos el mal; mismo que no podría estar representado por una serpiente que (cuidadora de los maizales) era un bien; sino por una luna negra; símbolo de la lujuria y la perversidad masculina (según Ichon) y muy cerca de ella un ángel (perverso también) y que a principios del Siglo XVI, sólo pudo haber significado para los indígenas la nueva religión que se impuso con la espada, ayudada por fierros candentes y perros feroces.
El milagro de las rosas (popularizado por los jesuitas más de un siglo después de la fecha que se da para la aparición) es respetable, pero insignificante comparado con la grandiosidad del milagro de la Naturaleza que (si consideramos los valores totonacas) está gráficamente presente en la figura sagrada más popular de México. Esta íntima asociación es el mejor punto de partida para un cambio profundo, y es por eso que no puedo llegar a ninguna otra conclusión de que este lienzo representa (ese sí) el milago más grande del mundo: la Naturaleza, la misma que hace posible el milagro de nuestra propia vida. La forma más evolucionada de vida; como nos consideramos a nosotros mismos, los humanos, es incompatible con una actitud depredadora y suicida: ¡Tenemos qué cambiar!
Ponencia presentada el 1 de julio de 1995 en el Primer Foro Ecológico de Huahuchinango, Pue.
El Teotihuacan Totonaca
La Grandiosidad Arqueológica.
El autor de “Las Antiguas Culturas de México”, el alemán Walter Krickberg, señaló: “Es difícil no recurrir a los superlativos al describir Teotihuacan: Casi se imponen”. No le faltaba razón: Sin lugar a dudas, el sitio arqueológico de Teotihuacan (patrimonio cultural de la humanidad) destaca muy significativamente en una país tapizado de valiosos tesoros arqueológicos. Teotihuacan incluye 3214 hectáreas de área arqueológica (mayor que la Roma Clásica, según los enterados), 600 pirámides de distintos tipos, y dos mi complejos habitaciones, sól para empezar.
Estando este sitio arqueológico relativamente cerca de la Ciudad de México, no es de extrañar que se ala zona más visitada del país; 1’600,000 personas al año. Tampoco sorprende que hay sido el proyecto de más antigüedad en lo que estudios se refiere. Los optimistas sitúan estos estudios como iniciados hace 320 años, en la Epoca Colonial. Los conservadores consideran esta antigüedad en sólo 130 años, y los exigentes les dan a estos estudios la cercanía del siglo. De todos modos ha sido un largo período de atención intelectual dedicada a esta singular joya arqueológica y, como consecuencia lógica, por Teotihuacan han pasado innumerables estudiosos nacionales y extranjeros, los cuales han representado a una gran gama de instituciones.
La destacada importancia de Teotihuacan bien la podemos medir en el momento actual: De los doce megaproyectos arqueológicos dados a conocer el 12 de octubre de 1992 por el Presidente de México, Carlos Salinas de Gortari,Teotihuacan se lleva el 33% del total de los fondos asignados a estos doce proyectos. Cuatro veces más que el promedio por proyecto individual.
Esta relevancia de Teotihuacan está fuera de toda duda, y para reforzarla diremos que se trata del único proyecto al que se le está dotando de un centro d estudios especializados: “El Centro de Estudios Teotihuacanos”, para formar especialistas: Con edificios para becarios, banco de información computarizada, bibliotecas, mapoteca, diaposteca, auditorio, etc. A lo anterior hay que añadir un museo de sitio, diseñado nada menos que por el famoso arquitecto mexicano Don Pedro Ramírez Vázquez, y también se dice que contará con un mirador elevado, con área para niños, con talleres, etc.
Orfandad etnológica e histórica.
En la Guía Oficial sobre Teotihuacan, que publica la máxima autoridad gubernamental en la materia, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el destacado profesional que es el Dr. Ignacio Bernal nos dice: “El sitio nos ha legado sus magníficas ruinas, pero no nos ha legado ni una palabra escrita. Lo poco que recogieron pueblos posteriores, son tan sólo leyendas: más bien aventuras de los dioses que historia de los hombres”. ..Hay que hacefr notar que no se conocen ni el nombre original de la ciudad, ni los nombres y significación real de sus principales construcciones.
Bien: “La primera gran ciudad del altiplano”….”El lugar arqueológico por excelencia”… “El modelo original de la ciudad civilizada de su tiempo”… encierra muchos enigmas que nos impiden saber, entre otras cosas, quienes fueron los geniales constructores de tan destacado sitio; el que por su concepción y construcción majestuosa se ha atribuido a gigantes, y estamos seguros que lo fueron, en el sentido espiritual de la palabra. Sin embargo, hsta hoy no sabemos quienes fueron. La “sociedad teotihuacana” está actualmente, en aquella región.. “de ignotas muchedumbres que los espacios infinitos pueblan”.
Como para salir del paso se nos dice que… “La Ciudad de Teotihuacan era una ciudad multiétnica y cosmopolita..” También se nos explica y aclara que Teotihuacan es el producto obvio del alto nivel de la Cultura Teotihuacana: Sólo que en México no existe (ni ha existido jamás, que sepamos) ni una etnia teotihuacana ni un idioma teotihuacano. Esto en un país en donde aún subsisten 56 etnias con sus respectivos lenguajes. ¿Desapareció todo rastro, precisamente del grupo (o grupos) dotados de tan sorprendente capacidad para dejar huellas indelebles? Porque Teotihuacan es eso: Una huella indeleble del alto grado de capacidad indígena para estructurar una civilización.
Que una gran ciudad sea cosmopolita es una verdad de Perogrullo; todas lo son. Pero el cosmopolita Nueva York, o el cosmopolita París, o cualquier ciudad cosmopolita tiene un idioma común, a pesar de las imperfecciones que muestren los recién llegados que apenas inician en su nuevo idioma. ´¿Cuál pudo haber sido el idioma común de los habitantes del Teotihuacan? ¿Desapareció como por encanto?
En el momento actual, julio de 1993, no sólo desconocemos totalmente quienes fueron los posibles constructores originales de Teotihuacan, sino que no parece haber el menor indicio de que esta búsqueda sea prioritaria, o que siquiera exista.
Sólo tenemos vagas sugerencias: El Director del Proyecto Teotihuacan, el famoso arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma (Arqueología Mexicana. Abril – Mayo de 1993) nos dice: “También hay indicios de la presencia de mayas y totonacos. De estos últimos son evidentes los yugos característicos de su extraordinaria cultura”. Hasta aquí están las cosas.
El cálculo de probabilidades.
Podemos seguir, indefinidamente, lamentándonos de la imposibilidad de conocer en forma directa y comprobable, la identidad de los constructores de Teotihuacan, pero también podríamos tratar de hacer un esfuerzo para conocer al menos quien, o quienes, de las etnias existentes en México, reúnen el mayor número de probabilidades de haber sido los creadores del Milagro Teotihuacano.
Acudiendo al cálculo de probabilidades (con evidencias encontradas a través de los años) este trabajo pretende hacer un intento por tratar de probar (sólo eso, pero no menos que eso) que LA ETNIA TOTONACA es la que tiene el mayor número de probabilidades de haber sido la creadora de ese emporio productivo, y polo sagrado de atracción que lo convirtieron… “en el santuario mesoamericano de mayor inspiración devota”.
Algunos antecedentes.
Tal vez el más antiguo y el más sólido testimonio de que los totonacas fueron los constructores originales de Teotihuacan parte de alguien muy autorizado: Fray Juan de Torquemada (Monarquía Indiana). Hay que resaltar que Torquemada no solamente buscaba sus propias fuentes informativs, sino que conoció y trató a historiadores de gran talla; como a Don Antonio Valeriano, el autor del “Nican Mopohua”, la “biblia” del guadalupanismo, y mismo que formó parte del equipo de colaboradores de Fray Bernardino de Sahagún en la redacción de su famosa “Historia General de las Cosas de la Nueva España”. También trató ampliamente, cuando vivió en Tlaxcala, al autor de “Historia de Tlaxcala”, Don Diego Muñoz Camargo. Y su gran satisfacción fue haber conocido, ya cargado de años y de experiencia, al sin par soldado-cronista, Bernal Díaz del Castillo.
Fray Juan de Torquemada, cuya obra máxima (Monarquía Indiana) ha sido calificada como “la crónica de las crónicas”; pasó los últimos años del siglo XVI como guardián del convento franciscano de Zacatlán; el antiguo Atenamitic totonaca, en la Sierra Norte de Puebla. Ahí aprendió la lengua totonaca, y no sólo se ufanaba de poder confesar en totonaco, sino que se empeñó en recoger información valiosa de ese grupo. Así se enteró, y lo consigna, de que los totonacas afirmaban que sus antepasados habían construido las pirámides de Teotihuacán. Tendrían qué pasar siglos antes de estar en posibilidades de poder intentar probarlo.
Con el avance de los trabajos arqueológicos empezaron a aparecer las huellas totonacas, y éstas también empezaron a hacer pensar a los antropólogos y a los etnólogos. Don Manuel Gamio “el padre de la natropología mexicana”, a pesar de su entusiasmo por los toltecas, empieza a aceptar que una greca policromada era totonaca. Después de él, muchos han encontrado las huellas artísticas de totonacas en Teotihuacan, pero muy pocos han asegurado, por derecho propio, que fueran los totonacas los constructores originales de Teotihuacan. Entre ellos están Wigberto Jiménez Moreno (El enigma de los Olmecas) y José Luis Melgarejo Vivanco (Los Totonacas y su Cultura). Desgraciadamente sus aseveraciones no parecen haber tenido mucho eco. Al parecer, más que vigor y objetividad, les ha faltado suficiente fundamentación: Misma que sólo el tiempo ha podido aportar.
Es evidente: Respecto a nuestras antiguas culturas indígenas, y siendo las huellas arqueológicas las principales o únicas que pueden ser visibles y reales, hay que esperar los avances de la arqueología, de la “dirty archeology” (arqueología sucia), antes de poder pasar a otros niveles.
Respecto a Teotihuacan, sin el trabajo gigantesco de Batres (aceptando sus deficiencias) y de los que lo han seguido (que seguramente tuvieron las suyas) no sólo no habríamos conocido las grecas, sino que ni siquiera podríamos hablar de cuantos niveles tiene una pirámide. Afortunadamente empezamos a entrar en la mayoría de edad y podemos intentar ya tareas tan necesarias como la de saber quienes fueron los constructores de Teotihuacan.
Walter Krickberg.
Otras etnias (nahuas, mayas, otomies, etc.) han tenido sus partidarios entusiastas y hasta comprometidos, no así la etnia totonaca, y esto des la Conquista. El haber alimentado y ayudado a los españoles, el haber planteado a Hernán Cortés la estrategia básica para derrotar a los aztecas (aliarse primero con los tlaxcaltecas) no les dió a los totonacas ninguna ventaja. Sufrieron como todos, el despojo, la esclavitud y la encomienda de los ingratos recién llegados. Así como la explotación y el menosprecio de sus descedientes. Pero, a pesar de la adversidad ahí están, y algunos extranjeros se han ocupado de ellos. Los indígenas pueden vivir sin los estudiosos, pero los antropólogos y los etnólogos no podrían vivir sin los indígenas.
El caso del alemán Walter Krickberg es intereresante: De 1918 a 1956 se ocupa un poco de los incas y un mucho de las etnias mexicanas, siendo su primer trabajo “Die Totonaken”. No es un trabajo de gran relevancia, empezaba, pero más tarde, y al integrar sus trabajos en la importante otra “Las antiguas Culturas Mexicanas”, nos compensa. Hace uso de su interesante “cronología inversa”, que significa que partiendo de la etapa de la Conquista, va remontándose después hasta los grupos más antiguos conocidos, teniendo muy presente (y haciendo uso de) la interrelación vertical y horizontal entre ellos. El esfuerzo es, sin dudas, muy valioso.
En lo que nos ocupa, más que buscar o preferir a los totonacas, lejos de eso, Krickberg se troieza con ellos a cada paso y, muchs veces, estoy seguro, sin ser consciente de ello. Relaciona a los totonacas con sus verdugos; popolocas, toltecas, chichimecas, aztecas y hasta españoles. No le queda sino asociarlos a sus vecinos, los olmecas y, por supuesto, con los teotihuacanos.
Señala que el lugar de orígen de los teotihuacanos era la Costa del Golfo (como los totonacas), que los teotihuacanos estaban estrechamente ligados a los olmecas (como los totonacas) y también descubre rastros totonacas en vasijas, relieves, arabescos, “yugos”, frescos, en el “Dios Gordo”, etc., encontrados en Teotihuacan.
Asegura que la gente del Golfo d braquicéfala y presenta achatamiento craneano, siendo la de mas pureza la totonaca. Sí; al igual que las calaveras descubiertas en Teotihuacan. Y recalca que esta peculiaridad (braquicefalia y achatamiento craneano) no se encuentra entre nahuas, otomíes o arcaicos.
Lo sorprende ver la similitud entre una cabeza olmeca excepcionalmente hermosa, de jade, que había pertenecido al Museo de Etnología de Berlín. Y la de otra idéntica, proveniente de las montañas del Norte del Estado de Puebla, zona totonaca.
Por otra parte, señala que los totonacas, la igual quelos habitantes de Teotihuacan, enterraban a sus muertos bajo los pisos de sus casas. Acepta que las construcciones y las esculturas del Golfo se entrelazan con las de Teotihuacan y destaca la ausencia total de símbolos bélicos y dioses de guerra en Teotihuacan, a diferencia de la importancia que tales dioses y símbolos militares tenían en el arte tolteca y azteca. En otras palabras; sin decirlo, destaca el pacifismo de los teotihuacanos, cualidad o condición idéntica a la de los totonacas.
No obstante, ante este cúmulo de identidades y de evidencias se muestra escéptico y prefiere dar el crédito a una etnia inexistente, la teotihuacana, y no a una etnia real, la totonaca. Al respecto escribe “La influencia parece haber sido ejercida por los teotihuacanos sobre los totonacas”, e insiste al hablar de las similitudes…”Claro, esto no prueba que los fundadores de teotihuacan hayan sido los totonacas”.
¿Qué hay o puede haber, atrás de este escepticismo? Podríamos especular un poco; Angel Palerm en “Huastecos, totonacos y sus vecinos” señala: “El término totonaco para nuestro grupo estaba bien establecido en el siglo XVI. Su etimología es obscura, Sahagún dice que indica en nahuatl poca capacidad o habilidad”. Hay que hacer notar que una de las fuentes originales principales para Krickberg parece ser precisamente Sahagún, al que cita con frecuencia, así que no tenemos que referirnos al romanticismo alemán (ni al nacionalismo) de alguien que vivió dos guerras mundiales.
Pero por supuesto, no sólo para Krickberg, sino que a muchos mexicanos les costaría trabajo aceptar que los “nacos” (la palabra más despectiva que se da a un indígena, a un lerdo) pueden ser los responsables de la grandiosidad teotihuacana. Les sería tan absurdo, como fue en su tiempo considerar que la tierra era redonda y… ¡fue redonda!
Alain Ichon.
Cualquier pretensión de adjudicar la paternidad de Teotihuacan a un grupo determinado tiene que pasar pro una exigente prueba de fuego: Su sistema teológico debe insertare en la realidad arqueológica teotihuacana con absoluta precisión. Algo que hoy no sucede: Una espléndida gran calzada que culmina en un sitio dedicado a un personaje secundario; la luna. Y una pirámide a “Quetzalcoatl”, siglos antes de que este personaje apareciera (?). Lo anterior son sólo dos botones de muestra.
Desafortunadamente para Krickberg, Alain Ichon llegó a México una década después de que el maestro alemán había terminado el trabajo en que señaló esto: “Los dioses principales de los totonacas del sur formaban en tiempos de la Conquista, una trinidad constituida por el dios del sol, una diosa de los cielos y del maíz y el hijo de ambos, un salvador o “héroe cultural”. Este informe de los monjes españoles despierta la sospecha de que quisieron dar un significado cristiano a un mundo dominado por dioses bien distintos”. Aquí si que se equivocó el distinguido maestro alemán. Esa trinidad era: La Gran Diosa de los cielos (Natsi’ni). La madre de todo lo creado, incluyendo al Sol. El Sol (Chichini) y el Señor del Maíz (Sha Chisku kiliwatkan). Esta trinidad sí estaba formada así, por lo que no sólo eran las figuras religiosas principales para los totonacas del sur del Siglo XVI, sino que aún siguen siendo para muchos totonacas del norte en el Siglo XX, aunque tengan que esconderlas bajo santos cristianos, según lo comprobó Alain Ichon.
Bien es cierto que es una tarea muy difícil tratar de conocer la realidad religiosa de una etnia que fue sojuzgada, por siglos, por toltecas, chichimecas, aztecas, españoles y mestizos y en donde cada cual quiso imponer su propio credo religioso, sus costumbres y hasta sus caprichos. Sin embargo, no parece estar en la región de lo imposible analizar sus propios principios religiosos. Las noticias más antiguas que tenemos sobre la religión de los totonacas parten de las informaciones obtenidas por un joven español, Francisco Ortega, que en 1519 Hernán Cortés dejó en Cempoala. Krickberg seguramente se refiere a esto cuando habla de los “dioses principales”.
El padre Las Casas recogió la información de ese jóven en su “Apologética Historia” y podemos decir que aunque, obviamente, no se tiene la precisión de los escritos surgidos de un concilio, en donde cada coma queda inalterable, sí es sorprendente lo que (a pesar de los matices locales y del aislamiento) aún permanece vigente a través de siglos de enfrentamiento inerme ante grupos prepotentes, siempre bien dispuestos a apoderarse de las riquezas, o de las conciencias.
¿Quién es Alain Ichon? Un ciudadano francés, que de 1963 a 1966 estando al frente de un grupo de la Misión Arqueológica y Etnológica Francesa, se dedicó a estudiar la religión de los totonacas de la Sierra, teniendo el buen sentido de haber escogido una región lo menos contaminada posible de influencias exteriores. Nos sorprende la identidad encontrada a pesar de la gran distancia establecida por el largo tiempo transcurrido.
Al fin alguien se ocupaba con dedicación a una faceta importante de la cultura y de la vida totonaca. Alain Ichon no habla una sola palabra de Teotihuacan y no establece la mínima relación con nada que no sea el objeto de su estudio. Mismo que nos da a conocer en un interesante libro: “La Religión de los Totonacas de la Sierra”. Sus hallazgos, como veremos, son decisivos.
Un asunto de números.
Estamos en el terreno religioso, y es conocido el hecho de que los indígenas, cuando se trataba de cuestiones religiosas, usaban siempre los números en forma simbólica.
Para ilustrar mejor lo anterior nos referimos a la significación del SIETE entre los aztecas, los mejor conocidos y más estudiados: Las siete cuevas de Chicomostoc, los siete conos de Chicontepec, las siete tribus nahuatlacas, etc., nos llevan a un número de gran significación esotérica, el CHICOMECOATL (siete – serpiente). Don Alfonso Caso habló sobre esto y explica por qué el SIETE era de buen augurio. Robelo, en su “Diccionario de Mitología Nahuatl” también lo hace. Los números del calendario que llevaban el siete eran importantes y el siete no solamente se asociaba con la serpiente sino con el maíz, el águila, la calabaza, etc.
Para J. Soustelle la relevancia de siete estribaba en que era el número situado a la mitad del trece; la serie numérica fundamental de los aztecas. Por este hecho, el siete representaba el corazón del hombre (yolotl) y el corazón de la mazorca (olotl). Por otra parte, para los aztecas el número CINCO era fatídico pues simbolizaba lo que pasa del cuatro (muy respetado por ellos) y significaba lo inútil, lo sobrante, el exceso nocivo. Y de la misma manera que el SIETE era el número más importante para los aztecas, como sabemos, el NUEVE lo era para los toltecas y el TRES lo era para los mayas.
Ahora bien, si empezamos por buscar números evidentes en Teotihuacan, tal vez los podamos asociar a la etnia, o etnias, para las que esos números tenían, o tienen, una significación importante o fundamental. Empecemos:
El número CINCO destaca en Teotihuacan sin lugar a dudas: La Pirámide del Sol tiene CINCO niveles, y la pirámide llamada de La Luna tiene un juego de cuatro y cinco niveles (los explicaremos a su tiempo) y frente a sí, esta pirámide tiene un gran cuerpo adosado de CINCO niveles.
Por otra parte, si consideramos proporciones, nos encontraremos en forma destacada con el CINCO. La llamada Calzada de los Muertos, desde la Ciudadela a la “Pirámide de la Luna”, tiene una longitud de 2000 metros, en tanto que cada uno de los lados de la plaza de la Ciudadela mide 400 metros: Exactamente una relación de uno a CINCO. Por otra parte, siguiendo también la Calzada de los Muertos, la distancia de la perpendicular del centro de la Pirámide del Sol, al centro de la Pirámide llamada de la Luna mide, exactamente, CINCO veces la distancia de cada uno de los lados de la Plaza de la Luna.
Los expertos nos han dicho que si bien Teotihuacan ha sufrido cambios a través de los siglos, la estructura fundamental no ha cambiado y aquí nos estamos refiriendo, unicamente, a estructuras fundamentales. No es la intención agotar el tema sino señalar aquí algo categórico e irrefutable: El número CINCO es el más importante en Teotihuacan, y a su tiempo explicaremos algo de los números que le siguen en importancia, el CUATRO, y el SIETE.
EL CINCO totonaca.
Coincidentemente, para los antiguos totonacas el CINCO era el número de más alta significación simbólica, y algo que el que esto escribe fue descubriendo como producto de una incesante búsqueda.
A la cabeza de esta significación simbólica está el CINCO de la quinta dirección: Para los totonacas existían cuatro direcciones horizontales fundamentales: Norte, Sur, Oriente y Poniente. La dirección norte-sur era la dirección de los hombres y la dirección de los males, era de donde venía el terriblemente destructivo viento negro. Por el contrario, la dirección oriente-poniente era la dirección de los astros y de los beneficios celestiales; el mayor de ellos, el calor y la luz del Sol que daba su “sangre flor” para alimentarlos. En el cruce de las direcciones horizontales había una dirección vertical, la QUINTA DIRECCION, que apuntaba al cielo, en donde mora la Gran Diosa Totonaca de los cielos NATSI’TNI, la madre del Sol, un astro, la madre del Señor del Maíz, un ser humano, la madre de todo lo creado y madre muy querida de todo totonaca que llega a este mundo. Ahí no existe tal cosa como un hijo “ilegítimo”: Ella cuida de cada embrión en formación con infinita ternura, y cuando el momento llega, cada totonaquito recibe una cariñosa nalgada de despedida, cuando Natsi’tni lo envía al mundo a luchar.
Por otra parte, para los antiguos totonacas, el CINCO también tenía otra significación fundamental: Es el número asociado a su tercera figura religiosa más importante, el Señor del Maíz. Este número era el CINCO-SERPIENTE (Kitsis-Luwa). A este personaje se le atribuye la domesticación del maíz y su número simbólico se relaciona con las CINCO variedades originales del maíz, el blanco, el amarillo, el rojo y el negro para las tortillas, así como el color hueso, o marfil, para los tamales. Hay que remarcar que El Sol, y el Señor del Maíz, siempre se consideraban juntos, y que el CINCO era el número de los dos, como lo vemos en la imponente Pirámide del Sol.
En cuanto a la serpiente ligada al CINCO, nada tiene que ver con “Quetzalcoatl”, sino con la serpiente que cuidaba los maizales (Kushi-Luwa), y sin la cual los roedores se habrían enseñoreado de los maizales. Al parecer, esto determinó que cuando los totonacas se empezaron a “infiltrar” entre los olmecas se les llamara “añoradores de serpientes”, porque las protegían celosos y agradecidos.
Esta importancia del CINCO, entre los totonacas, tenía muchas implicaciones y derivaciones.
Antes de la intromisión nahua en sus vidas, su semana era de CINCO días, y su año empezaba el día “Kitsis-Shanat” (Cinco-Flor). En el aspecto religioso, su Sumo Sacerdote tenía CINCO ayudantes (lo constataron los conquistadores) y los ídolos familiares deberían pasar CINCO días al año en el templo para renovar sus milagrosas fuerzas. Muchos rituales habían intervenir el CINCO en las ceremonias, aún caseras, en donde aún hoy son importantes las cuatro esquinas de la mesa en cuyo centro está la ofrenda y que juntos suman CINCO.
Al sembrar el maíz, aún hoy, se depositan CINCO semillas en cada hoyito del espeque, la vara sembradora. También podemos decir que en la Ceremonia de los Voladores (que en otros grupos indígenas pueden ser de 2 a 8 participantes) en el Volador totonaca los actores son CINCO, y es precisamente aquí en donde está más gráficamente simbolizada la QUINTA DIRECCION, con toda su significación de elevación y disciplina humana.
Según lo atestiguó Bernal Díaz del Castillo, eran CINCO los totonacas que espontáneamente fueron al encuentro de los españoles, en 1519, para invitar a Hernán Cortés y a los suyos a visitar su ciudad; Cempoala.
En las esculturas en donde se representa al Sol, en la figura de un viejito (CHICHINI) este tiene siempre CINCO plumas en la cabeza, ya que, como se ha dicho, El Sol, y el Señor del Maíz, (SHA CHISKU KILIWATKAN) siempre se representaban juntos.
Aún en las cosas sencillas encontramos la presencia del CINCO: Los fabricantes totonacas totonacas de comales clavan CINCO espinas en el barro amasado y en reposo, para que los comales no se agrieten. Los antiguos cazadores totonacas, para no caer en las barrancas, se llevaban CINCO ramitas de cempoaxochitl.
En el Tajín veracruzano, sitio arqueológico inequívocamente totonaca, abundan las pirámides de CINCO NIVELES, y la conocidísima Pirámide de los Nichos remata en CINCO nichos por lado, y en su escalera hay CINCO juegos de tres nichos cada uno.
En la pirámide totonaca de Yohualichan, en Cuetzalan, Pue., también encontramos CINCO niveles. En Cempoala hay CINCO filas de calaveras, etc.
El CUATRO totonaca.
En Teotihuacan abundan las pequeñas pirámides o construcciones de CUATRO niveles y, de la misma manera, el CUATRO totonaca tiene una jerarquía menor: Incluye a los humanos; las cuatro proezas humanas (cinco sólo para los dioses), las CUATRO direcciones ya mencionadas, los CUATRO sostenes del mundo, los CUATRO grandes truenos, las CUATRO estrellas protectoras de los hombres, los CUATRO ídolos de las casas de los nobles, los CUATRO rincones de un campo, etc.
El SIETE totonaca.
El SIETE, según lo asienta Alain Ichon, es para los totonacas el número de los muertos, y la región de los muertos es el poniente, en donde el Sol muere cada día y donde al morir, en el crepúsculo, nos muestra su “sangre-flor” . Fueron muchas las diferencias y las discrepancias entre aztecas y totonacas, pero era esta era irreconciliable: Para los totonacas el Sol muere cada día dándonos su sangre. El sol muere (se está desintegrando) para que nosotros podamos vivir. Para los aztecas, también lo sabemos, los hombres debían morir para que el Sol pudiese vivir.
Continuando con el SIETE diremos que entre la pirámide llamada de “Quetzalcoatl” en Teotihuacan, y la llamada de “los nichos” en Tajín, hay coincidencias muy interesantes: Las dos están orientadas al poniente; la región totonaca de los muertos. Las dos son las más profusamente decoradas (aunque las decoraciones respectivas sean muy distintas) y las dos son las únicas con SIETE niveles; entre tantos cuatros y cincos.
Lo anterior nos hace considerara que desde tiempo inmemorial, el “día de los muertos” sigue siendo, para los totonacas, el más importante del año, y es de enorme significación que el SIETE totonaca, dedicado a los muertos, esté presente en Teotihuacan en el lugar más adecuado: Lo que confirman los enterramientos encontrados en la pirámide de “Quetzalcoatl” con sus SIETE niveles.
Bien: Ahora que hemos terminado de analizar números… ¿Para cuáles etnias mexicanas tienen significado fundamental el CINCO, el CUATRO y el SIETE como encontramos en Teotihuacan y entre los totonacas? ¿No estaremos pisando ya los umbrales del TEOTIHUACAN TOTONACA., con el apoyo del cálculo de probabilidades? ¡ Un aplauso para los arqueólogos, y para los estudiosos de la religión totonaca!
Una civilización del maíz.
Es elemental considerar que sin una eficientísima producción de alimentos, la civilización teotihuacana no hubiese existido. Tal vez el decaimiento de esta eficiencia fue uno de los factores que determinaron su fin.
El gran esfuerzo que representó construir esa gran urbe es obvio, cuando solamente la Pirámide del Sol tiene un volumen de un millón de metros cúbicos. Sostener a los administradores, a los clérigos, a los artesanos especialistas (como los talladores de obsidiana) a los comerciantes, etc. Todo eso requirió de un enorme esfuerzo agrícola. ¿Qué posibilidades tienen aquí los totonacas como agricultores sobresalientes? Yo creo que, en este terreno, os totonacas tienen las mayores posibilidades del mundo. Para empezar difícilmente hay grupo más consciente del valor civilizador del maíz. Como ya se ha dicho, la tercera figura religiosa más importante para los totonacas es El Señor del Maíz, (Sha Chisku kiliwatkan) literalmente: “El Señor de nuestra comida”. Cuya traducción al nahuatl es Tonacatecutli (dador de alimentos). Sí, Tonacatecutli, el mismo nombre que los nahuas daban a la Pirámide del Sol, según le informaron en 1580 a Francisco de Castañeda,Corregidor del partido de Tecciztlán cuando preguntó por esto. (Los Totonacas y su cultura. José Luis Melgarejo Vivanco)
Pero no solamente era un asunto de solemnidad religiosa; la habilidad de los totonacas para producir maíz la prueban sus dos cosechas al año en la Sierra Norte de Puebla, y hasta tres, según algunos. El trasplante del maíz y el uso de riego (existente en Teotihuacan según los estudiosos) lo constataron los conquistadores en Cempoala.
Por algo para los aztecas, en tiempos de pérdidas de cosechas y de hambre, la solución fue siempre acudir (por las buenas o por las malas) a la producción maicera totonaca, y los cronistas hablan de eso.
Esa excelencia productiva bien puede tener raices mucho más profundas: Si a los Mayas (como el Popol-Vuh enseña) el maíz les llegó de fuera; de Paxil y Cayalá, las posibilidades son, según algunos, que Paxil y Cayalá se pudiesen situar (por la descripción que se hace de ellos) en la zona totonaca de Misantla. Los totonacas bien pudieron haber sido domesticadores originales del maíz. No hay que subestimar que la modestia y la grandeza combinan bien. Teotihuacan está a punto de probarlo.
La importancia que el maíz tenía para los teotihuacanos-totonacas es más que evidente en la Pirámide de “Quetzalcoatl”: Esas cabezas de serpientes no tienen plumas. Emergen entre hojas de maíz y todo parece indicar que se trata de “Kushi-luwa”, la serpiente del maíz, la consentida de los “adoradores de serpientes”.
Y en cuanto al “Tlaloc” que las acompaña, vemos otra ingenua fantasía. Sin exprimir la imaginación, esa figura evidentemente simbólica, parece estar hecha de “granos de maíz” y con los ojos de la mente bien visibles. Sólo que para explicar esto (lo haremos en un futuro) teníamos que salirnos del tema y hablar de las dos almas de los totonacas que Alain Ichon señala. Ahora bien, en la Pirámide de “Quetzalcoatl”…¿sepultaban a sus genios agrícolas que bien pudieron ser, a la vez, por qué no; relevantes figuras religiosas?
Finalmente: La gran calidad de los agricultores totonacas, y su habilidad para producir no solamente maíz, sino muchos otros cultivos (y hacerlo con herramientas mínimas; azadón y machete) no es un asunto del pasado remoto; cualquier puede constatar ahora mismo. El conocido investigador, Don Efraín Hernández Xolocotzi, se inclinó reverente ante la capacidad de los agricultores indígenas de la Sierra Norte de Puebla.
La supervivencia de una cultura.
El genial artista del Renacimiento, Miguel Ángel, señaló esto de gran importancia: “Los pequeños detalles hacen la perfección, y la perfección no es un pequeño detalle”.
Aquí solamente estamos bocetando, a grandes rasgos, los trazos iniciales, y habrá que considerar muchos pequeños detalles para que nadie dude de la participación totonaca en el sueño conceptual, y en la realización genial, del Milagro Teotihuacano. La presencia totonaca en Teotihuacan estuvo vigente, posiblemente, hasta entre las llamadas segunda y tercera fase; Siglo IV de nuestra era, en que se detecta su dispersión y su llegada a las Sierras de Hidalgo y Puebla primero, y hasta la costa del Golfo después. Don José García Payón (Descripción del Pueblo de Gueytlalpan) nos ilustra sobre eso.
Había que recrear esa (sin duda dolorosa) odisea totonaca. Salieron del Golfo con el sueño ilusionado y entusiasta de muchos idealistas: Buscar su tierra prometida. La encontraron, quisieron compartir sus sueños con otros, ya esa tierra la enaltecieron y la modelaron con dedicación apasionada (sólo eso puede ser explicación de su grandeza) y, finalmente, fueron despojados de ella.
Regresaron sí, y algunos hasta el Golfo nuevamente, pero no regresaron solos sino acompañados de quienes se fundieron con ellos en el crisol teotihuacano. Entre los que seguramente se contaban los olmecas y los arcaicos, que no se evaporaron, y cuyos razgos aún podemos verlos en algunas partes de la Sierra de Puebla. Sus matices dialectales o lingüisticos confirman su cosmopolitismo de orígen teotihuacano, y confirman también que las raíces más profundas de México están vivas.
El tener que abandonar Teotihuacan (como los grandes males) no llegó solo para los totonacs. Con posterioridad tuvieron que abandonar Tajín, Atenamitic (Zacatlán), Matlatlán, Chila, etc. Inclusive, ya con los españoles aquí, abandonaron Cempoala. Que fácil se menciona esto, pero que torrente de frustración y de dolor debe haber significado.
La civilización se veía atada de manos ante el avance de la ley de la selva; esa “moderna corriente de avanzada” sólo podía ver con despectiva conmiseración al “tonto” o al “naco” que no se sumaba a las filas de los “inteligentes” sin escrúpulos.
Los totonacas, aparte de su pacifismo, austeridad, cortesía, capacidad de trabajo, etc., tienen una mezcla de dignidad y amor a la libertad que los ha obligado a acudir a la última opción que la libertad ofrece: Sufrir lo que sea, para poder seguir siendo lo que son; hay que evaluar también lo que no son y nunca han sido: parásitos o verdugos de otros. Estos son algunos valores de su cultura íntimamente ligados a su supervivencia. ¿Adónde están, como grupo, sus verdugos toltecas, chichimecas o aztecas?
El Teotihuacan que edificaron debe encerrar valiosísimas lecciones de como, sin esclavizar a los demás, o sin doblegarse ante los demás, se puede crear una civilización.
El cambio constitucional mexicano (Artículo Cuarto) que reconoce nuestra realidad pluricultural, debe ser usado como una herramienta útil, no sólo para estimular el avance de nuestros grupos autóctonos, sino para enriquecer a este país con todo el variado legado cultural y espiritual del “México Profundo”. Tenemos que acelerar el paso.
Su formidable base religiosa.
En Teotihuacan nada indica que esa majestuosa urbe haya sido edificada, como otras, azotando las espaldas desnudas de famélicos esclavos. Krickberg lo intuye y su intuición la comparto: “Es posible que los habitantes de Teotihuacan ni siquiera consideraban esa servidumbre (construir su gran ciudad) como impuesta por la fuerza, a la cual debían someterse de mala gana, pues los edificios de sus amos no se destinaban a sangrientos sacrificios, sino a la veneración de las fuerzas de la naturaleza, de la que dependia su existencia misma”.
No hay la menor duda de que en la construcción de Teotihuacan debe haber existido una especial dimensión ética, estrechamente ligada a su pensamiento religioso. ¿Cuál pudo haber sido esa base religiosa?
He señalado con anterioridad que cualquier pretensión de adjudicar la paternidad de Teotihuacan tiene que pasar por una exigente prueba de fuego: Su sistema teológico o religioso se debe insertar en la realidad arqueológica teotihuacana con absoluta precisión. Lo primero que podemos decir es que el actual sistema, siguiendo la línea tolteca: Sol, Luna, Venus (Quetzalcoatl) aplicado a las primeras construcciones, no funciona. Hay que buscar otro, sabiendo que la más grande de las interrogantes está (sin duda) en la llamada “Pirámide de la Luna”.
La asociación de un valor masculino a la austera y señorial Pirámide del Sol, y de un valor femenino a la exquisita “Pirámide de la Luna”, lo puede aceptar hasta un ciego. Pero, por eso mismo, el sistema tolteca no funciona: En Teotihuacan el Sol está en segundo plano.
La gran “Calzada de los muertos” culmina en la hermosa plaza de la pirámide más bella y más pequeña. El más elemental sentido común nos dice que todo el peso de la importancia religiosa, y su consideración obligada como centro de veneración devota, está en esa pirámide más pequeña, y esta contradicción sólo la podemos resolver si aceptamos que esa pirámide no estaba dedicada a la luna, sino a La Gran Diosa Totonaca de los Cielos: NATSI’TNI. Esa estructura con un juego de cuatro y cinco niveles se explica, siendo a la vez madre de los hombres (4) y de los dioses (5). Es la madre de todo lo creado. Esto si resiste cualquier “prueba de fuego”. Ahora bien: ¿Quién era, o es, Natsi’tni?
Alain Ichon señala: “Natsi’tni cuya función de la vida es escencial, ya que es considerada como la madre del Sol… la tarea esencial de Natsi’tni es crear el embrión del niño.” Y Alain Ichon también nos aclara: “El personaje de Natsi’tni es el más humano, el más conmovedor de los dioses totonacas, madre del oriente (donde nace el Sol), se le representa cubriendo a los niños con su rebozo, acunándolos, haciéndolos jugar hasta que encarnan”. Más tarde enfatiza: “Natsi’tni, llena de dulzura y benevolencia, rasos tan alejados de la habitual crueldad inhumana de los dioses aztecas”…. Después, amplía: “La Gran Diosa Madre no podía ser encarnada sino por la más popular de los santos mexicanos: la virgen de Guadalupe.”
Muy bien; ahora sí podemos situarnos convenientemente: La llamada “Calzada de los Muertos” conducía a los antiguos totonaca-teotihuacanos, congregados en la “Plaza de la Ciudadela”, a su centro religioso más importante. Al de más consuelo, fé, renovación e inspiración devota del país: La Basílica de Guadalupe.
Han pasado muchos siglos, y muchos hechos, que no parecen tener conexión alguna. Pero éste último que estamos considerando nos muestra que, desde antes de la era cristina en que se gestó Teotihuacan hasta nuestros días, en esta bendita tierra nuestra, late una dimensión femenina de un Dios Creador que no sólo genera peregrinaciones, sino crea civilizaciones y abandera revoluciones, porque une a los hombres en algo más que muchedumbres.
Sabiduria Tutu–Nakú
SU DIMENSION FEMENINA.
CARLOS CABALLERO Z.
ALGUNAS PRECISIONES Y ACLARACIONES
Estas SINTESIS aparecen para hacer mas facilmente comprensibles las partes de un trabajo voluntario de quince años de duración; tratando de conocer directamente aspectos básicos de la CULTURA TUTU-NAKÚ. Valores de una étnia a la que el autor califica como.. “LA ETNIA MAS DESTACADA DEL MEXICO ANTIGUO”. Anterior a la llegada de los grupos hablantes de la lengua nahutl a lo que hoy es el Centro de México. Por lo que iniciaremos esto precisando bien el significado de nuestro título.
SABIDURÍA – Juicio equilibrado; sensatéz, cordura, comprensión acuciosa, básica y profunda.
TUTU – NAKÚ – Nombre original de una destacada étcnia mexicana, que por siglos se ha conocido por la denominación dada a ellos por sus opresores nahuas; primero como “totonaque”, posteriormente (con la conquista española) se derivó a “totonaca”, y que al tratar de querer explicar sus significado el “sabio” Fray Bernardino de Sahagún (Historia General de las Cosas de la Nueva España) lo señaló como sinónimo de “poca inteligencia”. Nada más alejado de la realidad y que estas SINTESIS clararán con todo fundamento.
¿CUÁL ES ESTA DIMENSIÓN FEMENINA?
Al centrarmeen el simbolismo del hoy Teotihuacán en mi Informe “AL RESCTA DE LO SAGRADO EN TEOTIHUACAN – EL CENTENARIO OLVIDADO” de noviembre de 2007, con la natural fluidéz del “sentido común”, se afina y ordena lo que se sospechaba ya como falso o incierto, y así se integra todo en “armoniosa lógica muy comprensible.
Imposible hacerlo si introducimos algo vgo o ficticio como eso de su orígen Tolteca. Ellos llegaron siglos después de que Teotihuacán ya existía y por tanto, su denominación original no era (ni nunca podría haber sido) un término náhuatl.
!Gran decepción¡ El que la joya arqueológica MAS IMPORTANTE DEL CONTINENTE AMERICANO (De Alaska a la Patagonia) resultarser una entidad ..!Huérfana¡
Su verdadera identidad se derrumbó cuando salvajes sin conciencia (en el Siglo IV) derribron de su pedestal a su máximo símbolo (femenino) de identidad y de autenticidad: Un gran monolito de más de tres metros de altura que coronaba a la hermosa Pirámide Central de su gran complejo sagrado, arbirariamente denominado como “Pirámide de la Luna”. Muy lejos de su naturaleza real, ya que es un gran monumento para exaltar a la MATERNIDAD que hace posible (en primera instancia) la VIDA de cada ser humano, conocida como NATSI¨TNI en su sentido sagrado tutu-nakú. Al ordenar a Teotihuacan (hace ya un Siglo) para presentarlo al mundo, celebrando México su primer Siglo de vida independiente, fué encontrado este monolito al pié de esta pirámide, y a la que, sin más, calificron como “diosa acuática”. Y que hoy se encuentra en el Museo Nacional de Antropología e Historia de la Ciudad de México.
NATSI´TNI
Aquí la tienen, con su gran peso en la cabeza, con su “lipachin” (mecapal) y como testimonio de que también las mujeres ayudaron no sólo a a inspirar, sino a construir esas pirámides y a servir de ejemplo a sus pequeños hijos; como hoy lo siguen haciendo al recoger su leña para combustible en las pendienes de sus montañas.
EL PODER DE LOS SIMBOLOS
Para apreciar mejor la originalidad y la importancia del máximo símbolo de la cosmovisión tutu-nakú, comparémoslo con otros símbolos conocidos en nuesro país.
El símbolo máximo tolteca, el Sol, por sí mismo es incapáz de producir VIDA, y no lo hace sin la tierra, sin el aire, sin el agua, etc. En cuanto a Quetzalcoatl (serpiente emplumada) no va más allá de una leyenda que perdura porque emocionó a los criollos. Hasta hoy, el último de ellos ha sido el expresidente Jose López Portillo.
En cuanto al máximo símbolo mexica o azteca, se trata de un dios guerrero que prometía (al que moría en batalla) transformarse en colibrí (HUITZI). Una fantasía poética para justificar saqueos y aesinatos como sus “sacrificios humanos… para que el Sol no se extinguiera” Una fantasía criminal.
En el Siglo XVI llegó el símbolo máximo de los cristianos: la cruz, en la que murió Cristo. Y estos cristianos, cuyo máximo ideal no era esta vida (valle de lágrimas) sino la otra (la vida eterna) con su redención y salvación incomprensibles, teniendo atrás la grave amenzade “condenación eterna” para atemorizar a los incrédulos.
A millones de indígenas mandaron a su “vida eterna” para despojarlos de sus propiedades o de sus convicciones, llegando al máximo contrasentido: venerando a sus santos y actuando cmo demonios. La más absurda de las cosmovisiones que hemos padecido. Iglesia en la que fuera de ella no hay “salvación”. Su enocidio “cristianizador” alg{un día llegará al banquillo de los acusados. Mientras tanto, en el presente, resaltan sus inefables pederastas y sus mercaeres, incluyendo a los que concesionaron “a la Madre de Todos los Mexicanos” a los chinos; con buenas ganancias monetarias para ambos bandos.
OTRAS DIMENSIONES FEMENINAS
De Teotihuacan (TUTU – NAKÚ) parte un abanico de hechos y situacines que convergen para destacar la participación femenina. Nos centramos solo en la Pirámide a la Naturaleza (mal llamada Del Sol) con su millón de metros cúbicos de volúmen. No se trata de simple amontonamiento de tierra revestido de piedra. Se trata de una inmensa red de “cajones” de cortas dimensiones de madera o de adobes. Adobes hechos en el mismo sitio en que (a perpetuidad) hoy permanecen y pegados húmedos para que al secarse al Sol conformaran una sola pieza qe después se rellenaba y compactaba con tierra húmeda.
Los hombres subieron a la tierra y las piedras ¡gran mérito!… ¿Pero quién subió toda el agua para fabricar los adobes y compactar la tierra de la que se rellenaban esos “cajones”? Las posibilidades son que (como lo hacen hoy) tienen que haber sido las mujeres y los niños; educados y guiados por mujeres, sus madres, tías o abuelas.
Lo anterior ya se hacía hace más de dos mil años (anterior a la Era Cristiana) y para poderlo hacer (vivir) ya tenían el MAIZ y una avanzada agricultura en la que participaban tanto mujeres como niños que así iniciaban su educación para vivir. Esto se comprueba y se explica bien. Hoy, en algunos sitios de la Sierra en donde las mujeres siguen estando al frente de la agricultura; como en San Andrés Tlayehualancingo, Tonalixco, Zongozotla, etc. Herencia de su grandioso desempeño en TUTU – NAKÚ; hoy Teotihuacán.
Y así llegamos a los tiempos modernos en que los hombres ya no salen tanto a cargar y comercializar en las veredas, o a trabajar en las zafras de los ingenios. Hoy salen (como muchos mexicanos) al país del norte, y las mujeres se quedan (como siempre) al frente de todo lo valioso que hay en su terrruño; sean la agricultura, las tareas domésticas usuales, el cuidado de los animales, el comercio, la educación de los niños, etc.
Siguen siendo hoy (las mujeres) las mejores denfesoras y tansmisroas de las tradiciones y de la cultura original, sea el idioma, su tradición pacifista,el respeto al medio ambiente, etc.
LA BANDERA DE HIDALGO
LA MADRE DE TODOS LOS MEXICANOS.
DIMENSIÓN TUTU-NAKÚ PRESENTE.
Algunos se han valido de la dimensión femenina de la SABIDURIA TUTU- NAKÚ para ampliar iniciativas positivas. La más antigua y la mejor de ellas que conozco se debe a Fray Aonso de Montúfar, Segundo Arzobispo de México quién (en 1556) apoyado por Fray Toribio de Benavente (Motolinía) y por un artista indígena genial Marcos Aquino Cipactli; para demostrar que los indígenas no adoraban demonios; sobre una pintura católica que en 1530 trabajo (casi seguramente Hernán Cortés así como con información básica de la cosmovisión tutu-nakú que el mismo Cortés obtuvo del jóven que dejó solo, en Cempoala, Francisco Orega, se pintó (a la manera de un códice indígena moderno) una síntesis de la cosmovisión tutu-nakú. Conocido hoy como “Lienzo del Tepeyac” o Virgen de Guadalupe: LA MADRE DE TODOS LOS MEXICANOS.
INEVITBLE CONCLUSION.
En quince años de vagabundear asiduamente por laSierra Norte de Puebla, región Tutu-Nakú, mucho he meditado sobre el muy posible hecho de que si algún día la ETNIA TUTU-NAKÚ decide recuperar su PRIMER LUGAR (cualitativo) entre los grupos indígenas del México de hoy, tiene en sus mujeres, su más importante activo, y bien podrían ocupar (hou que se educan) el antiguo papel de sus sabios dirigentes culturales (mal llamados sacerdotes por algunos cronistas) y que algunas personas enteradas de su cultura tutu-nakú los consideran como “Nakú Skou” o corazones, o espíritus que iluminan.
La Bandera Totonaca
La bandera es un emblema, es un símbolo o representación simbólica que identifica algo importante: Como lo hace la bandera de un país o de una comunidad, la de un buque o la de una institución; que puede ser tan valiosa como la Cruz Roja, o tan temible como la de un buque pirata.
Ante la bandera como símbolo se inclinan civiles o militares, se educa a los niños, se hacen juramentos solemnes, se encabezan desfiles, se firman convenios internacionales o se inauguran competencias deportivas. La lista sería interminable y va, desde algo solemne hasta algo sublime.
El inmediato golpe de vista y la consideración instantánea de un símbolo nos informa, nos emociona, nos inspira y hasta nos salva: Tal es el caso de un humilde lienzo blanco como bandera de paz.
La bandera, como lienzo rectangular o cuadrado, no es originalmente de esta tierra, pero en nuestra tierra (como en todo el mundo) las representaciones simbólicas siempre existieron. Sólo que aquí fueron eliminadas con la llegada de los europeos en el Siglo XVI.
Sin embargo, hay representaciones visibles de nuestras antiguas culturas que todavía no han desaparecido del todo en esta tierra nuestra, y la mejor de ellas es el traje regional. Interesado en la etnia totonaca, para mí, la representación simbólica de este importante grupo humano que habita en el norte del Estado de Puebla y en parte del Estado de Veracruz, no puede ser otro que…
El Traje Femenino Totonaco “Cataras de flores esparcidas, en donde el corazón y el espíritu palpitan. Y que en el fajo rojo se detienen. Para seguir en impecable blanco, símbolo de su pacífica actitud y de las nubes de su hermoso cielo”.
Un sólo vistazo al mercado de una comunidad totonaca y a los trajes tradicionales que observo, algo me dicen de su personalidad. Pero el encontrarme con este símbolo en nuestras congestionadas ciudades, como algo aislado y a veces solitario (pero siempre digno y destacado) inevitablemente centra mis reflexiones en lo que he aprendido y en lo que admiro de la Etnia Totonaca.
Evoco la síntesis de su antigua teología, presente en el Lienzo del Tepeyac, o pienso en su participación en la civilización antigua mas avanzada nacida en suelo mexicano: la Teotihuacana. En tropel vienen a mi mente Tajín, Yohualichan, Filo Bobos, El Pitel, Cantona, Misantla, Paxil (donde nació el Maíz) etc. La Ciudad Jardín de Cempoala, o, como capítulo especial (con su mensaje de alegría, de ironía o de optimismo) llegan a mi mente sus geniales caritas sonrientes.
Sólo que el pasado me leva (inevitablemente) al presente, en el que destaca la habilidad agrícola totonaca, la misma que periódicamente rescataba del hambre a los aztecas. Y, adentrándome en lo totonaco del presente me inclino, con respeto, ante los hogares totonacos que he tenido la fortuna de conocer o frecuentar, y en donde brilla la figura portadora de esa bandera aquí considerada; la mujer totonaca, quien con frecuencia sobresale como sostén económico de su propio hogar, y siempre destaca como firme sostén moral; y como transmisora de la lengua nativa y de un conjunto de valores y tradiciones relevantes que se insertan en el corazón mismo del Totonacapan Eterno.
Cada día, esa bandera totoanca (el traje femenino original) va cediendo terreno ante quienes lo consideran un anacronismo. ¿La solución? La misma que se ha aplicado en multitud de grupos y países: La de convertir al traje tradicional en TRAJE DE GALA, en el de las grandes ocasiones; para qe siga siendo símbolo de una civilización ejemplar que aún puede seguir enriqueciendo a este país que compartimos y del que mucho ignoramos.
Ahora bien: ¿Día del traje totonaco? ¿Premio o estímulos a quien mejor lo confeccione o lo porte? ¿Modernizaciones inspiradas en él? ¿El traje favorito en las ceremonias importantes: como primeras comuniones, quince años, graduaciones escolares o matrimonios? ¿Uso destacado en las festividades anuales del Día de Muertos para que los que llegan constaten como respetamos y defendemos lo que ellos nos dejaron?… Lo dejamos a la imaginación y a la creatividad de los totonacas auténticos; de esos que no lo son sólo cuando conviene, sino que son totonacas de tiempo completo.
Conclusión: Hoy se habla mucho de “Rescate Cultural”. ¿Por qué no empezar por lo más sencillo?
Carlos Caballero Zamora.
Del Totonacapan
Trabajo presentado en la Reunión “La Sierra Norte en la Historia de México”, Zacapoaxtla, Pueb. 3 de mayo de 1994.
Como sabemos, uno de los cambios constitucionales recientes que mayor trascendencia potencial podrían tener (especialmente en lugares como la Sierra Norte de Puebla) es el de la modificación del primer párrafo del Artículo Cuarto Constitucional. Aquí se señala que la Nación Mexicana tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas, y que la Ley protegerá y promoverá el desarrollo de esas culturas.
Lo anterior no es poco, y lo reitero: esta importancia es sólo potencial. Si lo considerado como culturas indígenas lo enmarcamos solamente en el panorama tradicional, dancístico, artesanal, costumbrista, etc., la trascendencia de estos cambios constitucionales sería mínima, o de plano nula. Pero, por otra parte, si damos al concepto CULTURA todo el peso específico que tiene a nivel universal, entonces las cosas sí podrían cambiar, y no en la forma, sino en el fondo.
En un amplio contexto (conceptual, intelectual, filosófico, histórico, espiritual, ético etc.) CULTURA implica, antes que nada, tanto un sistema de valores como una serie de actitudes fundamentales que conducen a la expansión cualitativa de la conciencia y de la sensibilidad. Esto, entre muchas otras cosas más, acrecienta nuestra capacidad creativa y ensancha nuestra posibilidad de elegir, con libertad y responsabilidad, el camino propio. Sólo esto puede lograr que de espectadores pasivos y medrosos cambiemos a actores orgullosos y seguros de nosotros mismos: con capacidad suficiente para poner nuestro propio sello en eso que llamamos civilización. Aquí hay que hacer notar, claramente, que es precisamente lo anterior lo que ha sido negado a los grupos autóctonos de México. Primero como obligada condición de supeditación colonial, después, ya independientemente, en aras de la llamada “cultura nacional” misma que, además, se ha calificado formalmente como “occidental”.
Para tratar de ilustrar mejor lo anteriormente señalado, tratemos de verlo aplicando a una etnia serrana específica: la totonaca. Para empezar, retrocedamos al punto exacto en el que los totonaca sufrieron el cambio drástico en su vida cultural: el siglo XVI. De 1519 a 1523, Hernán Cortés deja, entre los totonacas de Cempoala, a Francisco Ortega; un joven que durante cuatro años se dedicó a estudiar costumbres, leyes, religión y lengua totonaca. De esto nos hala el padre de las Casas y nos dice:
“La hobe (información) de persona que siendo muchacho lo vido con sus ojos estando solo entre aquella gente sin otro español alguno… esto, siendo hombre de bien y tenido por buen cristiano me dio por escripto, por mi rogando, lo que diré tocante a la religión, ceremonias, sacrificios y leyes y costumbres de aquella provincia de los totonas o totonacas”.
“Otras muchas ceremonias y ritos en su religión tenían, que aquel que con ellos cuatro años estuvo y vido, de que en particular referirles no tuvo memoria. Afirmó empero, una cosa: que en todo este tiemo nunca vido cosa fea e injusta que hiciese uno al otro, ni agravio ni riña, ni afrenta de palabra, ni de obra, sino de todos vivían en gran paz y sosiego y conformidad, humildes y amables unos con otros no teniendo cuidado de otra cosa, sino guardar sus leyes, sino ocuparse de los actos y ejercicios de su religión”.
Por supuesto que esto es un obvio resultado de los valores y las actitudes de esa antigua cultura totonaca. Muy lejos de esa belicosidad depredadora y prepotente de muchas etnias precortesianas y presente todavía a la llegada de los conquistadores hispanos. Pero en materia de cultura y civilización había más: Los soldados de Hernán Cortes (Bernal Díaz entre ellos) se sorprendieron de la capacidad de los totonaca como constructores y sus casas les parecieron como revestidas de una capa de plata. Como agricultores de excelencia no necesitamos recordar las veces que libraron del hambre a los aztecas ya que en el momento presente todavía lo son y el conocido investigador Víctor M. Toledo ha pedido para ellos recientemente (La Jornada, 25 de enero de 1994) el Premio Nacional de Ecología, ya que su productividad no es a costa de destrucción de su tierra, como parece ser el denominador común. Lo anterior está presente en su calidad de urbanistas y, según las crónicas, su Ciudad de Cempoala sería hoy un modelo de excelencia ambiental.
La lista podía seguir, respecto a lo que los españoles constataron en lo que entonces era presente. Ellos nada supieron del pasado totonaca y hoy la arqueología nos dice, a gritos, que hubo más, mucho más: Ya no es sólo Tajín o Yohualichan; es Teotihuacan en sus primeras fases, es Filo Bobos, es Cantona, es El Pital, es Misantla, etc., y tomando ete panorama como un todo, como la evidencia insoslayable de una enorme capacidad de creación cultural, tenemos que concluir que la cultura totonaca ancestral tiene que ser reestudiada y revalorada por sus amigos y más, mucho más, por sus propios herederos directos y legítimos. Estos Cambios Constitucionales (como sólido aval moral) nos brinda una magnífica oportunidad para intentarlo.
Considerando lo anterior, y solamente como un preámbulo, señalaré que un gran problema que muchas culturas autóctonas nuestras enfrentan es que eran (o son) mucho más afines a las culturas orientales, lejanas y desconocidas para ellos, que a la cultura europea que brutalmente las sometió. Ahora, con siglos de evidencias abrumadoras, vemos que en los valores “occidentales” de la cultura dominante, si bien, por necesidad han sido aprendidos, no parecen haber sido del todo asimilados y menos aceptados puesto que no parecen dar un sentido profundo a su experiencia y menos a su existencia.
Las diferencias entre las culturas occidentales y orientales es perfectamente estudiado y analizado, tanto en oriente como en occidente; pero lo que nunca hemos considerado nosotros, como debería hacerse, es que las culturas indígenas de nuestro país tienen mucho más afinidad con oriente que con occidente, y para ilustrar esto en forma somera vayamos al oriente:
Filipinas es un país asiático, oriental, cuya cultura original (como en México) fue brutalmente aniquilada y a la que también se le impuso el cristianismo occidental. Paralelamente, Japón es otro país oriental (muy cercano a Filipinas) que proscribió el cristianismo en un momento clave de su historia. Su religión y filosofía original el Shintoismo, se enriqueció y fortaleció con elementos estrictamente orientales: Taoísmo, Budismo, Confusionismo, etc. Esta mezcla de religión, ética y nacionalismo (la columna vertebral de su cultura) lo que ellos han calificado como “Espíritu Japonés”. Su audaz y exitosa modernización se fincó en esto… “Tecnología occidental y espíritu japonés”. Los resultados todos los conocemos.
Ahora, a casi quinientos años de distancia, lo que sucedió en Filipinas y en Japón demos evaluarlo mejor y entender así la opinión de algunos japoneses: “Si España, o Portugal, nos hubiesen conquistado seríamos hoy otro Filipinas”.
Actualmente la brecha es enorme pero, con anterioridad, en su orígen: ¿Qué tan afines habrían podido ser la cultura totonaca y la cultura japonesa? Vemos: según las investigaciones del francés Alain Ichón (La religión de los Totonacas de la Sierra) la máxima figura religiosa para los antiguos totonaca era una figura femenina: Natsi’tni. De la misma manera, la máxima figura religiosa para los antiguos japoneses también era una figura femenina: Amaterazu O’mi Kami. Para ambos sigue, como relevante figura religiosa (asociado a la creación y al sostén de la vida) el Sol. Después de esto vienen: Para los antiguos totonaca, un héroe cultura: El Señor del Maíz, y para los antiguos y actuales japoneses un héroe militar y político: El Emperador. Bien, aquí si siento que hay afinidades, y no encuentro ninguna entre los principales valores totonacas y los que defendía el Santo Oficio.
Con lo anteriormente señalado ya podemos preguntarnos… ¿Cuánto habrían avanzado los totonaca si a su cultura original le hubiesen añadido, libremente, los valores y las experiencias de las mismas culturas orientales que enriquecieron al Shinto japonés?
Ahora si creo que ya podemos aquilatar el por qué de las diferencias presentes: Japón tuvo (espiritual y tecnológicamente) libertad de elección. Los totonaca, en cambio (y desde antes de la Conquista) endémica supeditación material y espiritual, y su opción tecnológica occidental solamente ha podido llegar un poco más allá del machete y el azadón.
Con todo lo anterior sólo pretendo inducir una reflexión. Después de esto el siguiente paso sería actuar y… ¿por dónde nos vamos?
Carlos Caballero Z.