Del Totonacapan
Trabajo presentado en la Reunión “La Sierra Norte en la Historia de México”, Zacapoaxtla, Pueb. 3 de mayo de 1994.
Como sabemos, uno de los cambios constitucionales recientes que mayor trascendencia potencial podrían tener (especialmente en lugares como la Sierra Norte de Puebla) es el de la modificación del primer párrafo del Artículo Cuarto Constitucional. Aquí se señala que la Nación Mexicana tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas, y que la Ley protegerá y promoverá el desarrollo de esas culturas.
Lo anterior no es poco, y lo reitero: esta importancia es sólo potencial. Si lo considerado como culturas indígenas lo enmarcamos solamente en el panorama tradicional, dancístico, artesanal, costumbrista, etc., la trascendencia de estos cambios constitucionales sería mínima, o de plano nula. Pero, por otra parte, si damos al concepto CULTURA todo el peso específico que tiene a nivel universal, entonces las cosas sí podrían cambiar, y no en la forma, sino en el fondo.
En un amplio contexto (conceptual, intelectual, filosófico, histórico, espiritual, ético etc.) CULTURA implica, antes que nada, tanto un sistema de valores como una serie de actitudes fundamentales que conducen a la expansión cualitativa de la conciencia y de la sensibilidad. Esto, entre muchas otras cosas más, acrecienta nuestra capacidad creativa y ensancha nuestra posibilidad de elegir, con libertad y responsabilidad, el camino propio. Sólo esto puede lograr que de espectadores pasivos y medrosos cambiemos a actores orgullosos y seguros de nosotros mismos: con capacidad suficiente para poner nuestro propio sello en eso que llamamos civilización. Aquí hay que hacer notar, claramente, que es precisamente lo anterior lo que ha sido negado a los grupos autóctonos de México. Primero como obligada condición de supeditación colonial, después, ya independientemente, en aras de la llamada “cultura nacional” misma que, además, se ha calificado formalmente como “occidental”.
Para tratar de ilustrar mejor lo anteriormente señalado, tratemos de verlo aplicando a una etnia serrana específica: la totonaca. Para empezar, retrocedamos al punto exacto en el que los totonaca sufrieron el cambio drástico en su vida cultural: el siglo XVI. De 1519 a 1523, Hernán Cortés deja, entre los totonacas de Cempoala, a Francisco Ortega; un joven que durante cuatro años se dedicó a estudiar costumbres, leyes, religión y lengua totonaca. De esto nos hala el padre de las Casas y nos dice:
“La hobe (información) de persona que siendo muchacho lo vido con sus ojos estando solo entre aquella gente sin otro español alguno… esto, siendo hombre de bien y tenido por buen cristiano me dio por escripto, por mi rogando, lo que diré tocante a la religión, ceremonias, sacrificios y leyes y costumbres de aquella provincia de los totonas o totonacas”.
“Otras muchas ceremonias y ritos en su religión tenían, que aquel que con ellos cuatro años estuvo y vido, de que en particular referirles no tuvo memoria. Afirmó empero, una cosa: que en todo este tiemo nunca vido cosa fea e injusta que hiciese uno al otro, ni agravio ni riña, ni afrenta de palabra, ni de obra, sino de todos vivían en gran paz y sosiego y conformidad, humildes y amables unos con otros no teniendo cuidado de otra cosa, sino guardar sus leyes, sino ocuparse de los actos y ejercicios de su religión”.
Por supuesto que esto es un obvio resultado de los valores y las actitudes de esa antigua cultura totonaca. Muy lejos de esa belicosidad depredadora y prepotente de muchas etnias precortesianas y presente todavía a la llegada de los conquistadores hispanos. Pero en materia de cultura y civilización había más: Los soldados de Hernán Cortes (Bernal Díaz entre ellos) se sorprendieron de la capacidad de los totonaca como constructores y sus casas les parecieron como revestidas de una capa de plata. Como agricultores de excelencia no necesitamos recordar las veces que libraron del hambre a los aztecas ya que en el momento presente todavía lo son y el conocido investigador Víctor M. Toledo ha pedido para ellos recientemente (La Jornada, 25 de enero de 1994) el Premio Nacional de Ecología, ya que su productividad no es a costa de destrucción de su tierra, como parece ser el denominador común. Lo anterior está presente en su calidad de urbanistas y, según las crónicas, su Ciudad de Cempoala sería hoy un modelo de excelencia ambiental.
La lista podía seguir, respecto a lo que los españoles constataron en lo que entonces era presente. Ellos nada supieron del pasado totonaca y hoy la arqueología nos dice, a gritos, que hubo más, mucho más: Ya no es sólo Tajín o Yohualichan; es Teotihuacan en sus primeras fases, es Filo Bobos, es Cantona, es El Pital, es Misantla, etc., y tomando ete panorama como un todo, como la evidencia insoslayable de una enorme capacidad de creación cultural, tenemos que concluir que la cultura totonaca ancestral tiene que ser reestudiada y revalorada por sus amigos y más, mucho más, por sus propios herederos directos y legítimos. Estos Cambios Constitucionales (como sólido aval moral) nos brinda una magnífica oportunidad para intentarlo.
Considerando lo anterior, y solamente como un preámbulo, señalaré que un gran problema que muchas culturas autóctonas nuestras enfrentan es que eran (o son) mucho más afines a las culturas orientales, lejanas y desconocidas para ellos, que a la cultura europea que brutalmente las sometió. Ahora, con siglos de evidencias abrumadoras, vemos que en los valores “occidentales” de la cultura dominante, si bien, por necesidad han sido aprendidos, no parecen haber sido del todo asimilados y menos aceptados puesto que no parecen dar un sentido profundo a su experiencia y menos a su existencia.
Las diferencias entre las culturas occidentales y orientales es perfectamente estudiado y analizado, tanto en oriente como en occidente; pero lo que nunca hemos considerado nosotros, como debería hacerse, es que las culturas indígenas de nuestro país tienen mucho más afinidad con oriente que con occidente, y para ilustrar esto en forma somera vayamos al oriente:
Filipinas es un país asiático, oriental, cuya cultura original (como en México) fue brutalmente aniquilada y a la que también se le impuso el cristianismo occidental. Paralelamente, Japón es otro país oriental (muy cercano a Filipinas) que proscribió el cristianismo en un momento clave de su historia. Su religión y filosofía original el Shintoismo, se enriqueció y fortaleció con elementos estrictamente orientales: Taoísmo, Budismo, Confusionismo, etc. Esta mezcla de religión, ética y nacionalismo (la columna vertebral de su cultura) lo que ellos han calificado como “Espíritu Japonés”. Su audaz y exitosa modernización se fincó en esto… “Tecnología occidental y espíritu japonés”. Los resultados todos los conocemos.
Ahora, a casi quinientos años de distancia, lo que sucedió en Filipinas y en Japón demos evaluarlo mejor y entender así la opinión de algunos japoneses: “Si España, o Portugal, nos hubiesen conquistado seríamos hoy otro Filipinas”.
Actualmente la brecha es enorme pero, con anterioridad, en su orígen: ¿Qué tan afines habrían podido ser la cultura totonaca y la cultura japonesa? Vemos: según las investigaciones del francés Alain Ichón (La religión de los Totonacas de la Sierra) la máxima figura religiosa para los antiguos totonaca era una figura femenina: Natsi’tni. De la misma manera, la máxima figura religiosa para los antiguos japoneses también era una figura femenina: Amaterazu O’mi Kami. Para ambos sigue, como relevante figura religiosa (asociado a la creación y al sostén de la vida) el Sol. Después de esto vienen: Para los antiguos totonaca, un héroe cultura: El Señor del Maíz, y para los antiguos y actuales japoneses un héroe militar y político: El Emperador. Bien, aquí si siento que hay afinidades, y no encuentro ninguna entre los principales valores totonacas y los que defendía el Santo Oficio.
Con lo anteriormente señalado ya podemos preguntarnos… ¿Cuánto habrían avanzado los totonaca si a su cultura original le hubiesen añadido, libremente, los valores y las experiencias de las mismas culturas orientales que enriquecieron al Shinto japonés?
Ahora si creo que ya podemos aquilatar el por qué de las diferencias presentes: Japón tuvo (espiritual y tecnológicamente) libertad de elección. Los totonaca, en cambio (y desde antes de la Conquista) endémica supeditación material y espiritual, y su opción tecnológica occidental solamente ha podido llegar un poco más allá del machete y el azadón.
Con todo lo anterior sólo pretendo inducir una reflexión. Después de esto el siguiente paso sería actuar y… ¿por dónde nos vamos?
Carlos Caballero Z.
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