Dél México Profundo

Del México Profundo
Los totonacas revelan una vitalidad menos tensa y más dichosa que los otros pueblos mesoamericanos. Quizá por esto crearon un arte equidistante de la severidad teotihuacana y de la opulencia maya. Octavio paz

Introducción

El antropólogo Guillermo Bonfil Batalla, en un esfuerzo por darnos a conocer el origen y la permanencia de algunas lacras que como país tenemos, ha especificado can claridad inusitada la dualidad de nuestro país y el origen histórico de esta condición que surge de la existencia en el mismo territorio de dos culturas opuestas. Una dominante de condición colonizadora a neocolonizadora «occidental», y la otra colonizada, dominada y de origen indígena.

Para él la cultura dominante integra «el México imaginario» que aspira a ser moderno, avanzado, prospero y primer mundista. Por otra parte, la cultura dominada es la de los descendientes de los perdedores en la Conquista y la Colonia; a esta la califica como «el México profunda», integrado par el México indígena y muchos de sus cercanos descendientes que no se sienten «occidentales», «cultos» a «gente bonita». Es decir, la mayoría de la población mexicana.

El autor antes citado considera “la noción de cultura como un plano general ordenador de la vida social que le de continuidad, contexto y sentido al quehacer humano», y propone que la condición excluyente y la pretensión exclusivista de la cultura dominante deben ser eliminados, ya que sin esto nunca tendremos igualdad ciudadana, condición básica de democracia, justicia, tolerancia, convivencia pacífica, desarrollo, etc.

Lo anterior no es fácil, ya que hemos partido históricamente de una estructura colonial que asume, totalmente, la inferioridad del colonizado frente al colonizador; mismo que”… llamo dialecto a su idioma, costumbre a sus hábitos, creencias antiguas a su religión, etc.» Todo can una intención que revela su propio sentimiento de superioridad frente al colonizado.

Este autor, Bonfil Batalla, propone que la «cultura nacional» debería estar integrada par una selección que incluya lo mejor de los valores de cada cultura, de las que han existido en él hay territorio nacional; algo que suena muy sensato y de sentido común. Recomienda (Pensar nuestra cultura, Alianza Editorial, 1991) lo siguiente:

“Abramos nuestra sensibilidad, mal conformada por siglos de dominación colonial y neocolonial, para reconocer los fundamentos reales de nuestra identidad… Es un reto a la imaginación, a la voluntad y a la conciencia solidaria de todos.
«Son tareas enormes las que nos aguardan si nos decidimos a emprender el rescate genuino de nuestro patrimonio cultural; es lograr una educación diferente que lo valore y lo difunda en forma adecuada; es despertar la inquietud por conocerlo, no solo en los especialistas sino en todos… »

Un asunto de coyuntura personal

1992 fue un año muy interesante para el que escribe, quien durante más de tres décadas antes de esta fecha había estado preocupado par la destrucción del medio ambiente rural, y que sabía, a fondo, que las más importantes regiones forestales del país correspondían a grandes zonas indígenas. Zonas de refugio, las han llamado algunos.

1992 era el 5º aniversario de la presentación (1987) de mi propio sistema de manejo forestal M-T (Método Tlaxco), inspirado en el manejo que los sacerdotes indígenas, precortesianos, hacían del bosque para producir fauna. Los resultados eran satisfactorios.

1992 fue el ano de la «Cumbre de la Tierra» en Rio de Janeiro, que confirmo y resalto la acelerada destrucción del Planeta.

1992, Finalmente, fue el ano en el que pudimos recordar los 500 años del descubrimiento de América y pudimos hacer una mínima evaluación de la concesión que Alejandro VI, padre de Lucrecia y Cesar Borgia, había dado a España y Portugal (1494) para explotar y dominar el continente recién descubierto a cambio de «cristianizarlo», lo que desemboco en genocidio: así nació el México profundo».

Con estos antecedentes, en 1993, año en el que iniciaba mi séptima década de vida, decidí «autojubilarme», y «con una mana adelante y otra atrás», sin ayuda de nadie, solo, y como el autodidacta que siempre he sido, empecé a incursionar en los campos de la antropología, de la historia, de la arqueología, etc., antes de pasar a conocer la realidad de una zona indígena cercana a mi lugar de residencia en Tlaxco, Tlax. Se trataba de saber algo del grupo totonaca de la Sierra Norte de Puebla y, sin más, empecé a caminar por sus veredas y aprender algo de sus realidades.

Si Bonfil Batalla proponía que la cultura nacional estuviese integrada por lo mejor de cada cultura existente en este país, yo ya tenía algo que decir y mucho que aprender y buscar. El rumbo de la búsqueda estuvo claro des de el primer momento.

Cuando me pregunte a mi mismo que había en la cultura indígena que superase tajantemente a lo que aquí había llegado del otro lado del océano, no había la menor duda: ¡el respeto a la Naturaleza! Los paraísos que los conquistadores y colonizadores encontraron y destruyeron no eran obra ni de la casualidad ni de la improvisación, y para saber adónde vamos también hay que considerar de dónde venimos. Mostrare un testimonio temprano e irrebatible. En la cuarta Carta de Relación del 15 de octubre de 1524, a solo tres años de la caída de la Gran Tenochtitlán, Hernán Cortes dice a su emperador lo siguiente:

«De alguna de ellas (ordenanzas) los españoles que en estas partes residen (La Nueva España) no están muy satisfechos, en especial de aquellas que los obligan a arraigarse en la tierra; porque todos, o los mas, tienen pensamientos de se haber con estas tierras como se ha habido con las islas (las Antillas) que antes se poblaron, que es esquilmarlas y destruirlas y después dejarlas».

Esto nos llego y subsiste, está vivo y se engrana con «el México imaginario». Yo no puedo imaginar que el país pueda resolver sus problemas de deterioro acelerado del medio ambiente sin un mejor conocimiento de lo mucho positivo que forma parte del acervo cultural de «el México profundo».

En una época en la que todos estamos corriendo y no tenemos ya el tiempo ni el hábito de leer un libro, este servidor solo expone una corta síntesis de su trabajo de una década, dando a conocer sus principales conclusiones. El futuro decidirá si habrá que ampliarlas; aun no he decidido el rumbo de mi próxima década que en este ano se inicia.

EI Tepeyac y Teotihuacán: enigmas paralelos

Desde el 12 de diciembre del 2001 en el que el Cardenal Rivera, Arzobispo de México, diera el formal «banderazo de salida» al intento de santificar a Juan Diego, hasta la consumación de este hecho y la terminación de la quinta visita papal a México, el 2 de agosto del 2002 (ocho largos meses), existió una constante tensión que saturo a los medios de comunicación masiva y que se desbordo sin medida.

La mosca en la sopa

Ya con la decisión tomada y profusamente anunciada, y a casi dos meses del arribo papal, el semanario Proceso (núm. 1334, del 2o de mayo del 2002) publico algo impresionante: Como resultado de una petición expresa del Cardenal Rivera, un destacado experto de la Universidad de San Antonio, Texas, el investigador Leoncio Garza-Valdés, encontró que en el mismo «Lienzo Guadalupano» (de cáñamo que no de ixtle) habían sido pintadas, una sobre la otra, tres imágenes: La primera era una réplica de una conocida imagen guadalupana existente en el coro del Santuario Guadalupano de Extremadura, España, caracterizada por un impresionante sol a su espalda y un Nino Jesús en sus brazos. La segunda era una imagen sin relevancia (mas parece un ensayo) pero de bien marcadas facciones indígenas. La tercera imagen es la que hay conocemos. Aparecen también una fecha (1556) y dos iníciales (M. y A.) Seguramente Marcos Aquino, el más famoso pintar indígena del Siglo XVI y de quien (desde 1556) se sospecha a se afirma haber sido el autor. Mas aclaraciones a precisiones no fueron posibles ya que el Cardenal Rivera (a decir de Garza Valdés) no permitió posteriores observaciones y estudios.

A palo dado ni Dios lo quita

Es evidente que este descubrimiento insólito marca una discontinuidad total del proceso de siglos en que se manejo, can sobresaliente efectividad, el asunto de su «aparición milagrosa». ¿Quiere esto decir que bien pudiera ser el principia del fin de la indiscutible y avasalladora popularidad de esta imagen mexicana? Podemos asegurar, adelantándonos, que en asuntos humanos la más dura verdad es preferible a la mentira, y que solo tenemos que dejar de seguir removiendo las capas superficiales del mito para concentrarnos en ahondar en las profundidades de la verdad que viene desde Tonantzin, a de mas lejos; y que llego la hora de tratar de separar el grana de la paja.

Morir para renacer

Es bien conocido el hecho, frecuentemente mencionado, de que para que el árbol nazca es necesario que la semilla muera. Fue necesario que cuando el guadalupanismo criollo nació oficialmente (1649) se actualizara el Nican Mopohua (la leyenda de las apariciones en náhuatl), que fue como el acta de defunción del culto a Tonantzin. Algo tuvo que morir, pero… ¿ha muerto del todo? Siempre se ha argumentado que se trata de un culto sincrético, pero no sabemos con precisión cual es la parte indígena que contiene y, por tanto, ignoramos la totalidad de su significación específica y concreta. Cuando conozcamos esto, seguramente comprobaremos que a la devoción guadalupana no le queda otra opción que salir airosa y renovada del actual tropiezo circunstancial.

El lado oculto de la Guadalupe Mexicana

Al parecer somos una raza de un grado de ignorancia increíble, ya que lo mas ignorado de la imagen más popular de México (que todos hemos visto una o mil veces) es lo que tenemos en frente: su significación exterior. La vemos sin entender su significado. No más, no menos, que como cualquier analfabeta que tiene en sus manos un libro sin ilustraciones. Estamos exactamente en el caso de los invasores europeos del siglo XVI que por primera vez vieron un códice indígena y lo quemaron sin entenderlo. Solo que este Códice Guadalupano (que eso es) no es un códice cualquiera. Es el producto genial del artista nativo más destacado del siglo XVI, y un experto en códices: Marcos Aquino Cipactli. Fue evidentemente diseñado para que su significación fuese entendida solo por los indígenas e incomprendida por los españoles y sus descendientes. Y así ha funcionado por siglos, aunque parezca increíble. Sola mente el más tenaz estudioso de lo indígena en el siglo XVI, Fray Bernardino de Sahagún, descubrió a tiempo su secreta y dio la voz de alarma: esta imagen guadalupana, la más importante representación mariana no solo de México sino de todas las Américas (según Juan Pablo II) fue calificada por el franciscano Sahagún, en su más destacada obra intelectual (Historia general de Las casas de La Nueva España) can el duro calificativo de «invención diabólica para paliar (encubrir) la idolatría».

Par esa opinión, el gran Fray Bernardino de Sahagún sería considerado hay como el más negativo de los pensadores retardatarios, ya que fue el enorme respeto y veneración que los indígenas tenían par la Maternidad y par la Naturaleza lo que el califico de «invención diabólica». ¡Cómo cambian los tiempos! Jamás imagino que lo que el repudiaba vendría a enriquecer al catolicismo mexicano, y hasta al catolicismo romano.

La significación indígena del Códice Guadalupano

Es bien conocido el hecho de que los intransigentes clérigos que vinieron a cristianizar alas nativos de Nueva España desarrollaron una fobia especial en contra de la escritura pictográfica de los habitantes de estas tierras. Con impotente rabia infantil destruyeron lo que no pudieron comprender. En 1556 estuvieron a punto de destruir el mismo Códice Guadalupano que aquí estamos considerando; algo que impidió el Arzobispo Alonso de Montufar al inclinarse par una consigna de la Contrarreforma: Promover las imágenes marianas, específicamente las más populares, y esta que nos ocupa era el centro de un culto popular masivo desde antes de la llegada de los españoles. Pera pasemos a considerar el sentido común presente en el más importante ejemplo de estos signos iconográficos, de estos ideogramas tan valiosos en la comunicación y en la memoria intercultural de los diversos grupos autóctonos que los conquistadores y colonizadores de la Nueva España encontraran.

La figura humana central en este códice tiene una apariencia facial que exalta valores indígenas, sencillez, modestia. Está rodeada de un cerco de nubes, en el cielo, en la quinta dirección de los «tutu naku». Esas nubes están ribeteadas par los colores del ocaso, la sagrada zona de los muertos para los «tutu naku», ya que, sin los que murieran, nosotros no habríamos existido y evolucionado. El manto es verde-azul, del color del agua en los pictogramas indígenas, sin olvidar que decir agua es decir vida. La parte interior del manto es de color azul cielo, el color del aire representado en un códice, y sin el aire en instantes moriríamos. El color tradicional de la tierra define la túnica a vestido, sobre el que vemos la vegetación, crucial para nuestra vida y la del Planeta; solo que la vegetación aquí esta disfrazada de arabescos, can la obvia intención de engañar a los invasores y de paso, par siglos, hasta a sus descendientes criollos y mestizos. Los indígenas nunca fueron engañados y esto lo comprueba el numeroso grupo de indígenas guadalupanos que no hablan español y nunca han sabido de las «apariciones». La luna negra nada tiene que ver con el Islam, sino con la maldad humana; y en el lugar comúnmente ocupado por el mal en las vírgenes católicas, bajo sus pies, no vemos a Lucifer, al dragón infernal, o a la serpiente del paraíso terrenal, sino a un español adulto, con calvicie incipiente y disfrazado de ángel, el mayor mal para el indígena. Realismo y objetividad evidentes para todo el que no sea analfabeta en la lectura de un códice.

Solo nos faltan dos significados fundamentales y casi totalmente desconocidos: la exagerada punta derecha del manto es una hoja de maíz, y, finalmente, la punta de su sandalia, que (poniendo la imagen de cabeza) es la cabeza de un niño por nacer y arropado en lo que siempre ha sido inexplicable: el «pliegue azteca». Algo que visto en posición normal no le permitiría a la imagen caminar. Este niño, hábilmente escondido, significa algo crucial: se trata de lo que da a la imagen una distinción fundamental: es la madre del indio. La madre de Cristo lo tiene siempre, y vistosamente, en sus brazos, nunca escondido a sus pies.

Tepeyac y Teotihuacán: gemelos inseparables

Démosle cuerda a nuestro sano nacionalismo, hermanando a nuestros más firmes puntales: los símbolos máximas de la devoción y de la civilización del México antiguo.

Hemos hablado del sentido común ligado a los pictogramas indígenas y esto nos remite a lo más importante para el ser humano: estar vivo o haber estado vivo. La VIDA es nuestro máximo don, y la gratitud por la vida debería ser lo más elemental y fundamental de nuestras actitudes positivas. Estamos hablando de la VIDA y del respeto a ella.

Ahora bien, todos sabemos por propia experiencia (no por adoctrinamiento tendencioso) que sin nuestra MADRE no habríamos llegado a esta vida. También sabemos, por nuestra propia experiencia existencial, que sin la NATURALEZA no podríamos sostener y realizar nuestra vida. Y, para el mexicano en general, pero para el indígena en especial, el Maíz ha sido, y es, el más importante alimento para sustentar su vida diaria. Considerando esto, la imagen del Tepeyac es un símbolo de VIDA que incluye y destaca a la Maternidad, a la Naturaleza y al Maíz como fuentes básicas de VIDA.

Ahora sí, tenemos al alcance de la mana el más fiel y realista símbolo ECOLOGICO y sanamente NACIONALISTA, al elevar a una condición SAGRADA el suelo Y el cielo de México. Tal vez pueda ser lo (mico efectivo y perdurable en la persistente tarea que hay que llevar a cabo para detener y revertir el deterioro del medio ambiente en este país.

Para fundamentarlo mejor, hay que considerar que Marcos Aquino Cipactli era un hombre culto que indudablemente se inspiro en elementos que, desde principios de la Era Cristiana, estaban ya presentes en nuestro máximo símbolo de la antigüedad civilizada: el mal llamado Teotihuacán que solo pudo haberse llamado «TUTU NAKU». Esta imponente joya de la arqueología mexicana significa exactamente lo mismo que nuestra imagen Guadalupana. Se trata de almas gemelas.

La atribución de significados de las tres principales construcciones del hoy arbitrariamente llamado Teotihuacán, es el mejor ejemplo del «México imaginario». La llamada pirámide de «La Luna» esta al final de una gran calzada, evidente símbolo de su prioridad y lugar de agradecimiento y devoción. Ese lugar, en función de la VIDA de cada ser humano, solo puede ser ocupado por la MATERNIDAD.

La imponente construcción (un millón de metros cúbicos de volumen) de la hasta hoy llamada pirámide de «El Sol», con sus cinco niveles muy bien proporcionados, es muy clara para muchos indígenas que no solo no saben quien fue Aristóteles sino que casi ni hablan español: en la base, el mundo mineral, y sobre él, el mundo vegetal. Siguiendo al mundo animal (en el cuarto nivel) esta simbolizado el género humano. Sin olvidar que para el indígena el hombre es parte de la NATURALEZA, la parte más evolucionada de sus seres, pero que no es Dios ni nunca podrá serlo. El siguiente nivel, el quinto, arriba del hombre: lo sagrado, el agua, el aire, los cuerpos celestes incluyendo en forma destacada el sol, etc.

La siguiente pirámide imaginativamente Hamada Quetzalcóatl está dedicada al maíz. Sus famosas serpientes no tienen plumas, emergen de entre hojas de Maíz; son las «cushi luwa» de los «tutu naku», las serpientes cuidadoras de los maizales, y sin las cuales los roedores se habrían enseñoreado de los cultivos. Y las figuras caprichosamente llamadas «Tlaloc» están hechas de granos de maíz. Evidentemente se trata del Señor del Maíz de los «tutu naku». Los toltecas, con sus símbolos Sol, Luna y Venus (Quetzalcóatl) llegaron siete siglos más tarde.

Y enfatizamos: estos dos gemelos inseparables: Tepeyac y Tutu Naku (Teotihuacán) representan la VIDA y la condición sagrada de los principales elementos que la hacen posible.

Por otra parte, la imagen que estamos considerando, vista solamente como imagen sagrada perteneciente a una sola entidad religiosa, por importante que esta sea, no puede ser considerada «católica» en su sentido literal, universal. Su autentica catolicidad solo se la da su significación indígena, en cuanto a maternidad y naturaleza. El maíz solo le agrega lo específicamente mexicano; para otros seria el trigo, el arroz, la caza, la pesca, etc.

Un agradecimiento

Agradezco a los «tutu naku» de hoy, especialmente a los de la Sierra Norte de Puebla, su colaboración y su inspiración para haber llegado a la solución final y al pulimento de mi deseo de interpretar debidamente el «Códice Guadalupano». Se trata de la etnia que hoy conocemos como totonaca y que habita en parte de los estados de Puebla y Veracruz. El calificativo de totonaca les fue impuesto por los nahuas en forma despectiva; lo confirma Sahagún cuando lo interpreta y lo traduce como «tonto». Se ha tratado siempre de un grupo honesto, laborioso, creativo y pacifista. Sin duda la más importante etnia del mundo antiguo mexicano. Los rastros que de ellos se están descubriendo son impresionantes.

¿Qué significa «tutu naku»? El tutu es tres, y el naku que algunos traducen como «corazón» (y que muchos desconocen), significa más que eso; ya que según autorizados lingüistas nak se aplica también a alga espiritualmente profunda. Estos tres principios vitales que hemos venido considerando: la maternidad, la naturaleza y el maíz son los más firmes elementos que respaldan y apuntalan esa denominación que hay que rescatar y actualizar.

Esperamos un renacimiento que permita que lo que ha sido un candoroso mito pase a una verdad indiscutible e indestructible y que solamente su significado indígena puede respaldar. DarIo a conocer significaría también la reparación de un grave daño causado par el permanente desprecio que ha erosionado la autoestima de nuestros grupos autóctonos; factor que nunca mencionan los incontables proyectos redentores que en nada reconocen y elevan a su propio y valioso legado cultural; y que es lo único que podrá neutralizar los efectos negativos de la conmiseración piadosa a de la limosna a demagogia burocráticas.

Septiembre de 2003
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