Un Referencia Totonaca
El concepto de lo sagrado en el respeto a la naturaleza.
Hasta hace muy pocos años, solo algunos especialistas se preocupaban por la relación del ser humano con su medio ambiente. En cambio ahora todo el mundo (superficial o profundamente) se interesa por lo que pasa o puede pasar en el medio ambiente que nos rodea.
Inclusive, hay el convencimiento generalizado en las altas esferas directivas de que existe una interdependencia absoluta entre la defensa del ambiente y la lucha en contra del subdesarrollo. También hay quien asegura con firmeza que la degradación ecológica y el deterioro económico y social son hermanos siameses. Pero hay quien va más allá: señalando que los problemas ecológicos tienen una dimensión planetaria, y que lo que está en juego es la sobrevivencia misma de la especie humana.
En el contexto anterior, la institución que ha tenido un papel preponderante en este vigoroso llamado de atención ha sido el PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) que en junio de 1972 organizó en Estocolmo, Suecia, la Primera Conferencia Internacional. Recientemente (junio de 1992) organizó otra Conferencia Internacional sobre el Medio Ambiente el Desarrollo; evento que tuvo lugar en Río de Janeiro, Brasil. Esta última conferencia fue llamada “La Cumbre de la Tierra”
Como reunión internacional fue de una duración excepcional: doce días, y la asistencia rompió todos los records existentes: más de veinticinco mil asistentes entre delegados, asesores, invitados especiales, periodistas, etc. Tres mil quinientos delegados de 180 países, doscientos setenta parlamentarios, representantes de cientos de organizaciones no gubernamentales y cerca de un centenar de Jefes de Estado o de Gobierno: incluidos los líderes más importantes del llamado Primer Mundo. Sumándose a esto estuvo pfrsente la crema de la crema de los ecologistas y ambientalistas del Planeta.
A esta reunión se le ha calificado como “La más importante reunión internacional den lo que va del siglo”
Para lograr esta toma de conciencia respecto a los efectos letales de la destrucción sistemática del agua, el aire y el suelo, el Programa Ambiental de las Naciones Unidas ha publicado valioso material entre el que destaca el llamado “Manifiesto del Jefe Seattle”, que ha sido calificado como “La declaración más bella y profunda jamás hecha sobre el medio ambiente”. Contiene la respuesta de los indios norteamericanos a un invitación del Presidente de los Estados Unidos a vender sus tierras.
Su líder, el Jefe Seattle, expresa sus argumentos condicionantes a esta propuesta y entre ellos destaca, en forma constante y reiterativa, uno fundamental: La Tierra es Sagrada; no es un simple objeto de intercambio o comercio: señalando que si ellos aceptan esa propuesta, esa tierra debe ser profundamente respetada. Ese documento nos enfrenta a un cambio sustancial en nuestro sistema de valores, único que puede modificar nuestras actitudes.
Es del todo lógico que una actitud irresponsable y depredadora de Naturaleza solo puede neutralizarse, o al menos atenuarse, si vinculamos a la Naturaleza con lo Sagrado. Es decir, debemos colocar a la Naturaleza en una posición digna de veneración y respeto: Elevarla a una jerarquía del más alto orden ético y conceptual asociándola con lo divino.
En otras palabras: tenemos que colocar nuevamente a la Naturaleza en el lugar privilegiado que tenía hasta antes de la llegada de los españoles a estas tierras.
Con lo anterior como marco de referencia, ya podemos apreciar mejor la importancia del Principio 22 de la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo y que dice así:
“Los pueblos indígenas y sus comunidades, así como otras comunidades locales, desarrollan un papel fundamental en la ordenación del medio ambiente y el desarrollo, debido a sus conocimientos y prácticas tradicionales.
Los Estados deberían reconocer y prestar el apoyo debido a su identidad, cultura e intereses y avalar por qué participarán efectivamente en el logro del desarrollo sostenible”
Ahora bien, hablando de culturas indígenas y sus valores, relacionados con el respeto a la Naturaleza, tenemos que considerar que en México aún subsisten 56 etnias y que si bien tienen concordancias también tiene diferencias. Estudiarlas todas es una tarea gigante, pero al menos creemos que sería deseable y benéfico para el Estado de Puebla explorar la presencia de esos valores y actitudes positivas en relación a la Naturaleza que aún permanecen latentes en sus siete etnias.
Este trabajo sólo exploró, en forma muy simplificada a una sola de las etnias poblanas: la totonaca, de la que soy simpatizante y estudioso. Aquí me permito bocetar solamente sus relaciones de fondo con su medio ambiente y, muy particularmente, la presencia de sus valores que podríamos llamar “ambientales” y que están en absoluta concordancia con la figura sagrada más popular de México.
Principiaré por relatar que hace ya algunas décadas el destacado investigador tlaxcalteca (graduado en la Universidad de Harvard y miembro del Colegio de Postgraduados de Chapingo) Don Efraín Hernández Xolocotzin (q.e.p.d.) hizo notar la excelencia de la agricultura indígena, relacionándola no sólo con la productividad por área, sino también con la efectiva protección de la tierra y sin lo cual no hay desarrollo sustentable posible. Lo constató en Tlaxcala primero y lo reafirmó después, vigorosamente, en la Sierra Norte de Puebla.
Más tarde, cuatro investigadores de los que tengo noticia (seguidores suyos) se han ocupado de lo que les ha parecido ser la mejor combinación posible de eficiencia productiva y cuidado de la tierra; la agricultura totonaca. Estos investigadores son: Narciso Barrera Bassols, Sergio Medellín Morales, Benjamín Ortíz Espejel y Víctor Manuel Toledo. Este último (persona de gran prestigio como etno-ecologo) ha ido más lejos: En un artículo suyo publicado en el diario “La Jornada”, de 25 de enero de 1994 (La Vía Ecológica-campesina de Desarrollo) señala lo siguiente:
“Si a alguien ha que otorgarle el premio nacional de ecología, estas son las comunidades indígenas como la aquí descrita (totonaca) que sigilosamente logran evadir l as mareas modernizadoras para ser autosuficientes, proveer a la población urbana de alimentos y otros productos, y contribuir al mantenimiento del patrimonio biológico y ecológico del país”.
Con lo anterior como fondo, y tratando de relacionar esos resultados prácticos con su sistema de valores (especialmente su relación con lo divino) he acudido, entre otras cosas, a un libro básico que es producto de una investigación realizada muy cerca de aquí. El libro se titula “La Religión de los Totonacas de la Sierra” y lo firma Alain Ichon, quien al frente de una misión arqueológica y etnológica francesa, dirigió esta investigación allá por los años sesentas.
Los franceses, sabedores del endémico sojuzgamiento nahua de las zonas totonacas de Puebla y Veracruz, escogieron para su estudio cinco comunidades considerads como las menos afectadas por influencias exteriores, éstas fueron: Jalapa, San Pedro Petlacotla, Mecapalapa, Papalo y Pantepec. Alain Ichon aporta muchos datos interesantes de los cuales (por razones de espacio) selecciono sólo los siguientes:
Empezaremos por la máxima deidad… “Natsi’tni, cuya función de la vida es esencial, ya que es considerada como la madre del Sol… La tarea de Natsi’tni es crear el embrión del niño…
De ahí el lugar primordial que ocupa esta deidad entre las parteras especialmente, sus representaciones directas sobre la tierra y llamadas “abuelas”. La primera sorpresa es encontrar la dimensión femenina de un Dios Creador. Continuemos:
“El personaje de Natsi’tni es el más humano, el más conmovedor de los dioses totonacas: madre del oriente (donde nace el Sol) se le representa cubriendo a los niños con sus reboso, acunándolos, haciéndolos jugar hasta que encarnan”. Y Añade:
Natsi’tni, llena de dulzura y benevolencia, rasgos tan alejados de la habitual crueldad inhumana de los dioses aztecas… La gran diosa madre no podría ser encarnada sino por la más popular de los santos mexicanos: La Virgen de Guadalupe”
Después de considerar lo anterior, y de meditar intensivamente sobre ello, lo asocié en que para los totonacas los conceptos de vida y naturaleza son inseparables.
De este punto, mi ruta de análisis me condujo a un lugar tan apasionante como inesperado:
Al apoyarme no solamente en lo que encontró Alain Ichon, sino también Francisco Ortega (el joven que dejara Hernán Cortés en Cempoala, de 1519 a 1523, estudiando la religión y la lengua de los totonacas) mas mis propias indagaciones directas y recientes, he llegado al convencimiento mas honesto y sincero de que la figura sagrada más popular de México, la Virgende Guadalupe, vista como un todo, y a la luz de la antigua religión totonaca, es, a manera de códice, una inequívoca representación de la Naturaleza (cuya suerte hoy nos preocupa) y a lla que os primitivos habitantes de México rendía veneración como producto de una inmensa gratitud.
Eso me explica la profunda raigambre popular de la devoción guadalupana y me aclara ese muy comentado sincretismo que ningún otro argumento ha podido aclarar.
Para constatar lo anterior, ahora veamos, de cerca, el Lienzo Guadalupano:
La madre ideal de los totonacas (Natsi’tni) estaba en el cielo, en la quinta dirección; la que parte (vertical) del punto done se cruzan los cuatro puntos cardinales. En el Lienzo Guadalupano, la imagen de la Doncella la vemos rodeada de nubes, en un hueco en el Cielo. Esto coincide, y las coincidencias siguen:
-Como madre indígena lleva a su divino hijo, el Sol, a sus espaldas.
-Entre los rayos del Sol y las nubes vemos los colores del ocaso, la zona más sagrada para los totonacas según Alain Ichon: la región de los muertos.
-Su manto, tachonado de estrellas, es del color que los totonacas identificaban con el agua; el verde. Bendiciones del Cielo como el Sol; agua sin la cual no hay vida y estrellas, que según su antigua tradición, de noche cuidaban a los hombres. La parte interna del manto es azul, del color del aire, otra inapreciable bendición.
-Su vestido tiene el color característico de la tierra desnuda, y como valor superpuesto (ya que no siguen los contornos de la tela) esta, sugerida en dibujos, la vegetación.
A sus pies, y en el lado derecho suyo, simulando una proyección del manto está una hoja de maíz; algo que no podía faltar, ya que como base de su civilización y de su vida tenía, y tiene, un lugar especial.
Finalmente, a sus pies (sincretismo al fin) vemos el mal; mismo que no podría estar representado por una serpiente que (cuidadora de los maizales) era un bien; sino por una luna negra; símbolo de la lujuria y la perversidad masculina (según Ichon) y muy cerca de ella un ángel (perverso también) y que a principios del Siglo XVI, sólo pudo haber significado para los indígenas la nueva religión que se impuso con la espada, ayudada por fierros candentes y perros feroces.
El milagro de las rosas (popularizado por los jesuitas más de un siglo después de la fecha que se da para la aparición) es respetable, pero insignificante comparado con la grandiosidad del milagro de la Naturaleza que (si consideramos los valores totonacas) está gráficamente presente en la figura sagrada más popular de México. Esta íntima asociación es el mejor punto de partida para un cambio profundo, y es por eso que no puedo llegar a ninguna otra conclusión de que este lienzo representa (ese sí) el milago más grande del mundo: la Naturaleza, la misma que hace posible el milagro de nuestra propia vida. La forma más evolucionada de vida; como nos consideramos a nosotros mismos, los humanos, es incompatible con una actitud depredadora y suicida: ¡Tenemos qué cambiar!
Ponencia presentada el 1 de julio de 1995 en el Primer Foro Ecológico de Huahuchinango, Pue.
Hola, me identificó plenamente con la cosmovisión indígena, y creo que allí están los verdaderos fundamentos del origen de la sociedad mexicana, en sus raíces, dejemos de buscar más en el exterior para hacer un viraje hacia el interior. Es el tema de mi tésis actual.